Angel de Fuego. Mínima evocación (Alfonso René Gutiérrez)
El pasado jueves 26 de septiembre apareció Angel de Fuego, de Ediciones El Albatros, deslumbrante poema de Juan Martínez. Artista también del color, del dibujo y el volumen escultórico, Juan Martínez se inició literariamente a fines de los cincuenta en los Cuadernos del Unicornio, la colección dirigida por Juan José Arreola, y desde hace unos diez años vive en Tijuana, donde escribió este magnífico poema.
Buscaba yo el material de la antología poética que hice para la editorial Ibo-Cali, Siete poetas jóvenes de Tijuana (Tijuana, 1974), cuando tuve mi primer encuentro con Juan Martínez. Una noche cálida de mayo, a la salida del homenaje que le tributó la Orquesta Israelita de San Diego al maestro Carlos Cabezud, en el Jai Alai, una amiga que me había invitado al acto me señaló a alguien que avanzaba entre la gente, a quien se refirió como a Juanito, diciéndome que era poeta, a lo que respondí sugiriendo el abordaje. Después de un café frente al Parque Teniente Guerrero, donde intuí del talante olímpico de quien portaba regiamente una camisa de leopardo, éste nos invitó a conocer sus poemas. Vivía por la Calle Quinta, en la parte trasera de una casa que tenía a la entrada una enorme jacaranda en flor, ya casi llegando al cerro. A la luz de la luna, algo como un ara se distinguía en la penumbra del cuarto a que llegamos, con extraños objetos, entre los que había esculturas en papel de aluminio, convertidas en ascuas por el reflejo lunar; eran “naves siderales”, como las llamaba él, suerte de navíos con remate de exquisitas cabezas fabulosas, de palomas, serpientes, águilas o carneros, peces del aire altísimo o instantáneos pájaros en la noche. En las paredes había cuadros de insólita belleza, dibujos de asombrosa delicadeza, de visionaria y majestuosa ingravidez. Al acercarme pude leer bajo el cristal, en letras diminutas: JUAN MARTINEZ. TIJUANA 1969. Era, pues, el nombre completo de Juanito. Nos mostró su edición, presentada como el no. 1 de la colección El Albatros (impreso el 7 de marzo de 1969, se lee en el colofón, “en la Litografía Continental, Ave. Negrete no. 142, Tijuana, B. C.”), del Anabasis, de Saint-John Perse, en la traducción de Octavio G. Barreda. El ave que ilustra esta plaquette es dibujo suyo, y él mismo había iluminado el propio albatros, posteriormente, en cada uno de los ejemplares. Dijo entonces varios poemas suyos de memoria, y entre fogonazos de fósforo -así como había iluminado los dibujos- leyó el Canto del Anabasis y fragmentos del Angel de fuego. En estas palabras sentí la misma energía trasparente que me haría percibir su presencia, por así decirlo, como dentro de un círculo, siempre encarnando un presente perfecto, de gozoso desapego (en su compañía había de tener la experiencia decisiva de mi vida, vivencia que como es natural, lo dotó de un ascendiente místico ante mis ojos, en el puro sentido de misterio que encierra esta palabra).
A varias personas propuse en ese entonces la publicación de Angel de Fuego, al margen de la proyectada antología, pero sin resultados. El poema estuvo a punto de aparecer recientemente en el que hubiera sido el no. 8 de El Zaguán, número que no llegó a salir, mas hoy se publica con dinero de esa revista y otras ayudas.
* Aparecido originalmente en El Mexicano, suplemento Identidad, Tijuana, 5 de noviembre de 1978.
Buscaba yo el material de la antología poética que hice para la editorial Ibo-Cali, Siete poetas jóvenes de Tijuana (Tijuana, 1974), cuando tuve mi primer encuentro con Juan Martínez. Una noche cálida de mayo, a la salida del homenaje que le tributó la Orquesta Israelita de San Diego al maestro Carlos Cabezud, en el Jai Alai, una amiga que me había invitado al acto me señaló a alguien que avanzaba entre la gente, a quien se refirió como a Juanito, diciéndome que era poeta, a lo que respondí sugiriendo el abordaje. Después de un café frente al Parque Teniente Guerrero, donde intuí del talante olímpico de quien portaba regiamente una camisa de leopardo, éste nos invitó a conocer sus poemas. Vivía por la Calle Quinta, en la parte trasera de una casa que tenía a la entrada una enorme jacaranda en flor, ya casi llegando al cerro. A la luz de la luna, algo como un ara se distinguía en la penumbra del cuarto a que llegamos, con extraños objetos, entre los que había esculturas en papel de aluminio, convertidas en ascuas por el reflejo lunar; eran “naves siderales”, como las llamaba él, suerte de navíos con remate de exquisitas cabezas fabulosas, de palomas, serpientes, águilas o carneros, peces del aire altísimo o instantáneos pájaros en la noche. En las paredes había cuadros de insólita belleza, dibujos de asombrosa delicadeza, de visionaria y majestuosa ingravidez. Al acercarme pude leer bajo el cristal, en letras diminutas: JUAN MARTINEZ. TIJUANA 1969. Era, pues, el nombre completo de Juanito. Nos mostró su edición, presentada como el no. 1 de la colección El Albatros (impreso el 7 de marzo de 1969, se lee en el colofón, “en la Litografía Continental, Ave. Negrete no. 142, Tijuana, B. C.”), del Anabasis, de Saint-John Perse, en la traducción de Octavio G. Barreda. El ave que ilustra esta plaquette es dibujo suyo, y él mismo había iluminado el propio albatros, posteriormente, en cada uno de los ejemplares. Dijo entonces varios poemas suyos de memoria, y entre fogonazos de fósforo -así como había iluminado los dibujos- leyó el Canto del Anabasis y fragmentos del Angel de fuego. En estas palabras sentí la misma energía trasparente que me haría percibir su presencia, por así decirlo, como dentro de un círculo, siempre encarnando un presente perfecto, de gozoso desapego (en su compañía había de tener la experiencia decisiva de mi vida, vivencia que como es natural, lo dotó de un ascendiente místico ante mis ojos, en el puro sentido de misterio que encierra esta palabra).
A varias personas propuse en ese entonces la publicación de Angel de Fuego, al margen de la proyectada antología, pero sin resultados. El poema estuvo a punto de aparecer recientemente en el que hubiera sido el no. 8 de El Zaguán, número que no llegó a salir, mas hoy se publica con dinero de esa revista y otras ayudas.
* Aparecido originalmente en El Mexicano, suplemento Identidad, Tijuana, 5 de noviembre de 1978.
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