Friday, May 11, 2007

La Feria

Juan Martínez, un poeta jalisciense cuya obra sobrevive a su muerte

El hermano menor de José Luis Martínez era su contracara

Roto el dique del tiempo, los últimos dedos/ de las horas/ se aferran a las riberas del recuerdo

Juan Martínez

El martes 20 de marzo pasado, el maestro José Luis Martínez (Atoyac 1918; México, DF, 2007), “curador de las letras mexicanas”, falleció “de causas naturales” y recibió todos los honores que el país entrega a sus más grandes intelectuales. Unos días antes, el 18 de febrero, su hermano menor, Juan Martínez (Tequila 1933; Guadalajara 2007), había muerto bajo la sombra silenciosa de la poesía y las artes plásticas, en la ciudad de Guadalajara, y muy pocos supieron de su partida y acompañaron sus restos a su última morada. Los hermanos Martínez tuvieron muertes distintas, resultados de vidas divergentes.

Desde su muerte, algunas voces han comenzado a resaltar la obra, breve pero intensa, de este extraño poeta que representó, en alguna forma, la contracara de quien fue director de la Academia Mexicana de la Lengua de 1980 a 2002. Juan Martínez tuvo contacto, es cierto, con los intelectuales, pero se mantuvo alejado de los círculos en los que pontificaban; su carácter impasible, atizado por una búsqueda personal que se desenvolvía en los laberintos de una poesía que lindaba con la metafísica, le obligó a autoexiliarse en la ciudad de Tijuana –la más alejada de la capital del país– a realizar su trabajo de crecimiento artístico.

“Juan nunca pretendió formar parte de los grupos intelectuales del poder cultural, en ningún nivel ni sentido”, dice José Vicente Anaya (codirector de la revista de poesía Alforja), citado por Enrique Mendoza Hernández. Y recuerda que su retiro a la ciudad del norte ocurre cuando ya ha publicado su primera plaquette en la colección El Unicornio, de Juan José Arreola, y se había integrado al círculo de los autores que publicaban El Corno Emplumado, aquella revista casi mitológica nacida en 1963 y dirigida por Sergio Mondragón y Margaret Randall.

“Veo un paralelismo impresionante entre Juan Martínez y Antonin Artaud y Friedrich Hölderlin. Los tres fueron metafísicos naturales y realmente vieron las profundidades. En el sentido en que reflexionó Heidegger, los tres bajaron a los abismos”, continúa José Vicente, mientras las palabras del poeta se despliegan ante nosotros: “¡Generación!/ Oíd vosotros la palabra del viento que habla/ por el hálito de mi nariz./ Olvidado el mundo de su atavío, y el pájaro de su concupiscencia/ encontré la sangre esparcida del alma de los/ pobres y de los inocentes,/ y no lo hallé precisamente en excavaciones,/ sino en todas estas cosas que tocamos a diario/ con nuestra mirada.”

Homero Aridjis, quien lo conoció cerca del maestro Juan José Arreola, recuerda que Juan Martínez “era un poeta rebelde, irreverente e incómodo. Encajaba mal en los círculos intelectuales de la época”. Y ofrece un recuerdo, como dato: “un sábado en el Sanborns de los Azulejos (...) estaba Fernando Benítez, era su apogeo como editor de suplementos culturales en México. Fue esa la ocasión en que lo conocí. De pronto, Juan le preguntó –¿Fernando, qué está escribiendo usted ahora? Fernando Benítez le respondió: –Una obrilla un poco mediocre. Juan le contestó –Si es mediocre, ¿por qué la escribe? Y se ofendió mucho Benítez y le dijo –¿Quién eres tú para reclamarme? Juan insistió –Si es mediocre, ¿para qué la escribe?... Ese tipo de cuestiones incomodaba mucho a la gente. Y claro que tanto a Juan como a mí nos veían mal”.

El mismo Aridjis recuerda que “Juan Martínez era un tipo difícil, como exaltado, dormía en un lugar distinto cada noche. En ocasiones íbamos al Sanborns de La Fragua y al de El Angel. Llegábamos sin dinero. Juan llamaba a una mesera y le decía: ¡sírvenos un plato y luego te pago!, pero lo hacía de tal forma que convencía a la mesera. Porque él era un tipo muy bien parecido, con un gran poder de seducción y encanto; era como esas personas que consiguen lo que se proponen por su personalidad y capacidad de convencimiento”.

Pocos, es cierto, pero Juan tuvo amigos. Y tal vez, más que amigos, seguidores. De Sergio Mondragón, quien admiraba su obra, decía que era “su discípulo”. José Vicente Anaya, que en alguna forma extraña es un continuador de la generación de El Corno Emplumado, recuerda en un artículo varios aspectos de la personalidad del poeta de Tequila, Jalisco, y en el retrato que traza aparece aquella especie de misterio, de magia irreverente con la que trató, no sólo a los círculos intelectuales, sino también la vida misma. Es fácil adivinar por qué Octavio Paz no lo incluyó en la antología Poesía en movimiento. Paz lo consideró, a lo más, “un loco”.

El silencio en el que se desenvolvió Juan Martínez impidió, en sus últimos años, que algunos de los admiradores de su obra lo ubicaran. En Guadalajara, los poetas Amado Aurelio Pérez y Angel Nungaray han puesto un especial interés en su obra. Nungaray, tras la muerte del vate, le dedicó una serie de textos; de ellos tomo unas líneas: “Hay cielos más propicios que la sangre/; Devastaciones más benignas que el espíritu;/ Vigilias ciegas como la sed del cuerpo/ (Ciega es la voz que participa/ En el plexilio y sus comarcas).// El cuerpo es el blanco;/ La sed, la flecha.// La aridez se reúne en la visión;/ La transparencia en la fortaleza del arco”.

Hoy que aquel hombre de descuidado vestir, larga cabellera trenzada y palabra intensa ha fallecido, su memoria comienza a crecer, como la semilla que al morir permite el surgimiento del árbol. En la cuarta de forros de su libro compilador En el Valle Sagrado, el poeta Alberto Blanco dice de la obra de Juan Martínez: “(son) treinta años de labor poética resumidos en este libro totalizador cuya fuerza parecería inclinarse hacia la abolición del tiempo, hacia lo femenino, hacia la intuición. Ojalá que una lectura atenta pueda mostrar la justicia de los platillos en el fiel inmemorial de esta balanza”. Seguramente así será. Deseamos que así sea. Y eso es todo por ahora. Nos leemos mañana... pero en esta misma Feria.


Publicado el día 7 de Mayo La Jornada

Saturday, April 21, 2007

La Sed, La Flecha (Ángel Nungaray)

A Juan Martínez

1

Hay cielos más propicios que la sangre

;

Devastaciones más benignas que el espíritu

;

Vigilias ciegas como la sed del cuerpo

(Ciega es la voz que participa

En el plexilio y sus comarcas).



El cuerpo es el blanco

;

La sed, la flecha.



La aridez se reúne en la visión

;

La transparencia en la fortaleza del arco.


La velocidad de la sed

Es directamente proporcional

A la vigilia del cuerpo.







2

Existir es alejarse.


Cada verso

Me aleja de la pendiente,

La escritura establece

Un diálogo (un abismo)

Entre el ser y su reflejo.



(Estoy interrumpiendo ese diálogo.)


Existir es alejarse.


La lejanía es el eje,

Tan mutable

Como la flama.





3
La fuente permanece inalterable.

El espíritu y sus cauces son la vía.

El desierto permanece inalterable.

El espíritu y sus cauces son la vía.

Dios y su atávica proximidad permanecen inalterables.

El espíritu y sus cauces son la vía.



3 Fragmentos de un poema escrito en memoria de Juan Martínez,, publicados en el periódico El Occidental (Guadalajara, Jal) el domingo 11 de Marzo
Án
gel Nungaray ( Yahualica, Jalisco, 1968) Ha colaborado en las revistas: Tierra Adentro, La casa del tiempo, Literal, La cabeza del moro, Alforja y Ventana Interior. Es autor de los poemarios: Estaciones de la noche (2002); En el vacío de la luz (2002) y Morada ulterior (2004).

Tuesday, April 17, 2007

"Correspondencia con la virgen" 1985


Imagen aparecida en la portada de la revista Memoranda publicada en el año de 1997.

Friday, March 23, 2007

Saturday, March 17, 2007

Homero Aridjis habla de Juan Martínez

En una entrevista concedida con motivo de su presentación en el Centro de Lectura Condesa, el poeta y narrador evoca su encuentro con la escritura a través de anécdotas personales y de su compromiso con la ecología.

― ¿Como fue ese primer acercamiento que tuvo con el maestro Juan José Arreola?
―Lo conocí en el Centro Mexicano de Escritores, en un taller literario que impartía los miércoles. Fue un encuentro casual, a finales de los cincuenta; llegué con un libro que estaba preparando, La tumba de Filidor, el cual influiría en algunos Escritores de la Onda. Arreola estaba escribiendo en ese momento y cuando le dije que escribía poesía no respondió, pero cuando le dije que jugaba ajedrez reaccionó de inmediato: “pues, véngase luego, luego, a mi casa a jugar ajedrez”. Así que me fui a su casa, ahí se encontraba Eduardo Lizalde y me puso a jugar con él. Arreola quería ver mi calidad de juego, a ver si valía la pena jugar conmigo. Entonces, le gané a Lizalde como siete juegos seguidos; también le gané todos los juegos a Arreola. Ya era como la una de la mañana y dije, ya me voy, nos vemos la próxima semana en el taller de literatura. Arreola interrumpió “¡No! ¿cómo que nos vemos la semana próxima? ¡Es demasiado tiempo para la revancha! Usted se viene mañana, aquí lo espero a la siete para jugar.” Al día siguiente, volví a ganar. Y así, entre juegos de ajedrez nos fuimos conociendo y nos hicimos amigos. Luego, cuando fui becario del Centro Mexicano de Escritores, seguía frecuentando a Arreola en su casa. Al taller iban escritores como Vicente Leñero, Carlos Payán y Juan Martínez.

― ¿A Juan Martínez lo conoció junto con Sergio Mondragón?
―No, cuando llegué con Arreola al Centro Mexicano de Escritores, en la primera sesión en la noche, me encontré con Juan Martínez que estaba leyendo un poema que todavía recuerdo, era una especie de paráfrasis de un Salmo de La Biblia y empezaba así: “Tristuza piensa en Tristuzo”. Era un poema de amor, pero con cierto sentido de humor. Y desde el momento que conocí a Juan, él me vio como el poeta joven y nos hicimos amigos de inmediato.
A Sergio Mondragón lo conocí después, en la escuela Carlos Septién, ahí estudiamos periodismo por las tardes, fuimos condiscípulos. Sergio tenía mucha curiosidad por la literatura, pero en ese tiempo, que yo recuerde, no escribía. Un día presenté a Sergio con Juan Martínez y ahí inició su admiración, a tal grado que se hizo casi su discípulo. De hecho Juan, que era muy celoso, en ocasiones decía ―refiriéndose a Sergio―, este es mi discípulo. Ellos eran casi contemporáneos, yo era más joven.

―A propósito, esta semana en Laberinto, suplemento cultural del diario Milenio, José Vicente Anaya escribe sobre Juan Martínez, como ya lo han hecho en su momento, el mismo Sergio Mondragón y David Huerta ¿podría definir la personalidad de ese legendario escritor?
―Era un poeta rebelde, irreverente e incómodo. Encajaba mal en los círculos intelectuales de la época. Un sábado en el Sanborns de los Azulejos de la calle de Madero, en el Centro Histórico, estaba Fernando Benítez, era su apogeo como editor de suplementos culturales en México.

Fue esa la ocasión en que lo conocí. De pronto, Juan le preguntó ― ¿Fernando, qué está escribiendo usted ahora? Fernando Benítez le respondió ―Una obrilla un poco mediocre. Juan le contestó ―Si es mediocre ¿por qué la escribe? Y se ofendió mucho Benítez y le dijo ― ¿Quién eres tú para reclamarme? Juan insistió ―Si es mediocre ¿para qué la escribe?...Ese tipo de cuestiones incomodaba mucho a la gente. Y claro que tanto a Juan como a mí nos veían mal.

Juan Martínez era un tipo difícil, como exaltado, dormía en un lugar distinto cada noche. En ocasiones íbamos al Sanborns de La Fragua y al de El Ángel. Llegábamos sin dinero. Juan llamaba a una mesera y le decía “¡sírvenos un plato y luego te pago!”, pero lo hacía de tal forma que convencía a la mesera. Porque él era un tipo muy bien parecido, con un gran poder de seducción y encanto, era como esas personas que consigue lo que se propone por su personalidad y capacidad de convencimiento.

― ¿Ya conocía entonces a Octavio Paz?
―Lo conocí por Juan, un día que pasábamos por avenida Juárez, cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores estaba en esa calle, en un edificio viejo, antes de que se cambiara a Tlatelolco. Juan era más conocido como hermano de José Luis Martínez, (aunque ellos no se llevaban muy bien, porque José Luis era todo lo contrario), y dijo “vamos a saludar a Octavio Paz”, así que fue un contacto un poco informal.

Después en 1961 le envié un poemario a París, y Octavio Paz me respondió con mucho entusiasmo que en mi libro tenía algo de original sobre el amor, en una carta muy elogiosa. Luego en 1964 gané el Premio Xavier Villaurrutia por Mirándola dormir y Paz estaba en el jurado, junto con Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas. Creo que yo obtuve tres votos.

Lo cierto es que Usigli no le gustó, le envió una carta de reproche a Zendejas, en la que señalaba que el libro era pornográfico. Eso me dijeron, no sólo no votó por ti, sino que hasta se enojó.

Entonces vino Poesía en Movimiento; la relación fue de mucha cordialidad, pero con dos puntos de vista muy claros, con dos tendencias, como aparece en el libro de Las cartas cruzadas, donde Paz dice que él y yo estuvimos generalmente de acuerdo, en los criterios de selección y los nombres. Por su parte, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco compartían sus puntos de vista. Un ejemplo de las discrepancias fue el número de autores, ellos querían que fueran ochenta y nosotros veinte, que fuera una antología estricta, de mucha calidad poética. El acuerdo fue que ellos redujeran a la mitad y nosotros duplicáramos de veinte a cuarenta nombres.

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Monday, March 05, 2007

Un poeta que nacerá póstumo

A propósito del inevitable viaje sin repatriación del poeta Juan Martínez, algunos escritores reflexionan en torno a su obra.

Enrique Mendoza Hernández

“… después que caiga el polvo por el desván del sueño
no me preguntéis nada
simplemente escuchad este dolor con huecos de granada
por el viento sin pájaros
y esperad que la rosa de la circuncisión
florezca nuevamente en tiempo y realidades…”.
Juan Martínez (1933-2007)

Ciertamente se trata de un poeta difícil de ubicar en los cánones literarios. En minuciosa y concienzuda búsqueda por las letras no oficiales del México de la segunda mitad del Siglo XX, Juan Martínez puede encontrarse entre los suplementos como “México en la Cultura” de Novedades y “Diorama de la Cultura” en Excélsior. De hecho Juan José Arreola, en los Cuadernos del Unicornio que dirigía allá por 1959, justo en el número 26, apareció el plaquette de Martínez, intitulado “En las Palabras del Viento”. También en la revista El Corno Emplumado, a cargo de Sergio Mondragón y Margaret Randall, sin descartar a José Vicente Anaya.
Cuentan quienes lo conocieron, que a finales de la década de los 60, Martínez huyó de los círculos intelectuales distritofederalenses de aquella época. Escapó lo más lejosposible del centro del país: Tijuana.
“Creo que está muy claro que Juan nunca pretendió formar parte de los grupos intelectuales del poder cultural, en ningún nivel ni sentido. Esto queda muy claro al haberse retirado de la Ciudad de México (en esta especie de autoexilio que fue vivir en Tijuana cuando era pequeña, más pragmática, ciudad de paso para turistas o quienes querían emigrar a los Estados Unidos) en un momento en que estaba siendo reconocido por el status quo en tanto ser publicado por Juan José Arreola y estar en el círculo de El Corno Emplumado compartiendo con sus amigos Sergio Mondragón y Homero Aridjis, además de su amistad con poetas beats”, dice José Vicente Anaya (co-director de Alforja) en conversación con Heriberto Yépez.
“Sergio Mondragón cuenta que antes de que Juan se fuera a Tijuana, era implacable crítico de las figuras intelectuales que en ese momento estaban resaltando y se comportaban como divos, tramposos, hipócritas. Que Octavio Paz no haya incluido a Juan en `Poesía en Movimiento´ no es porque no tuviera un libro (aunque ya estaba su plaquette) sino porque Paz sospechaba que Juan no era poeta, que sería `poeta de relumbrón´, que no volvería a escribir poesía”, agrega Anaya.
“Los intelectuales serios, racionalistas, no aceptaban nada de Juan. Ni siquiera su poesía. Lo menos que pensaban es que se trataba de un `loco´”.

Fue precisamente en este polo fronterizo donde Martínez publicó “Ángel de Fuego”, en Ediciones Albatros en 1978. En 1986, la Universidad Autónoma Metropolitana, bajo la Colección Molinos de Viento, editó “En el Valle Sagrado”, una recopilación de su obra.

La otra poesía


Ahora que el poeta ha vuelto a nacer precisamente el día de su partida (enero 18 de 2007, en Guadalajara), algunos escritores intentan poner más atención a su legado literario.
José Vicente Anaya construye paralelismos cuando afirma que la obra de Juan Martínez “se define más como una poesía en el orden filosófico de la metafísica. Me refiero a la metafísica seria de pensadores como Anaximandro, Plotino, Aristóteles y luego desde Berkeley hasta Ortega y Gasset.
“Veo un paralelismo impresionante entre Juan Martínez y Antonin Artaud y Friedrich Hölderlin. Los tres fueron metafísicos naturales y realmente vieron las profundidades. En el sentido en que reflexionó Heidegger, los tres bajaron a los abismos”, agrega Anaya.
Incluso en su ensayo “Los Ritos Luminosos de Juan Martínez” (Memoranda, número 47, 1997), Luis Cortés Bargalló coincide:
“… es posible ver que la obra poética de Juan Martínez ha pasado a gran velocidad y, sobre todo, sin demora alguna por los puntos más luminosos de la tradición poética del Siglo XX: Huidobro, Pound, Neruda, Eliot, Claudel, Gorostiza, Perse y, particularmente, el William Blake que leyeron, cantaron y revitalizaron Ginsberg, Kerouac y Snyder. En su obra está, al mismo tiempo, el gusto por cierto arcaísmo y elegancia en la expresión derivados de las traducciones de los clásicos y aun delos textos sagrados”.
Por su parte, el filósofo Heriberto Yépez opina:
“Se trata de un poeta místico, con un uso lacónico del lenguaje, sin desperdicio de vocablo, palabra a palabra, figura poética a figura poética. Hay una trama oculta metaforizándose. No hay nada gratuito en sus poemas. Todo en ellos es una cifra”.
Cortés Bargalló concuerda en la posibilidad de que la obra de Martínez sea valorada:
“Si hemos prestado atención a tanta, excelente literatura, que nos estremece por la tensión que logra entre las dimensiones individual e histórica; si por otro lado, nos hemos conmovido con el abismo y la paradoja de nuestras vidas y nuestros cuerpos cuando éstos aparecen en el espejo transfigurado del arte, por qué no habríamos de intentar siquiera un acercamiento adecuado a una obra que, en sus propios términos, busca borrar las fronteras de la contradicción y la dualidad”.
Al “héroe de la contracultura”, llamado así por Ángel Blanco, “no se ha prestado la atención debida”.
De hecho, Blanco no tiene empacho en augurar que “Ángel de Fuego” “habrá de ser considerado una de las grandes obras de la poesía mexicana del Siglo XX”.
Y remata:
“Tarde o temprano nuevas y más sensibles generaciones se darán cuenta de la magnitud de la obra de un artista total, que forjó al margen de la vida pública y las instituciones culturales una leyenda singular en el México contemporáneo”.
Bajo los anteriores argumentos, es probable que la de Juan Martínez sea parte de la otra poesía, la no oficial; para acabar de una vez, ¿será Juan Martínez un poeta que nacerá póstumo?

enrique mendoza hernandez

Tuesday, February 20, 2007

Mis Recuerdos de Juan Martínez

Por Humberto Félix Berumen
jfelix@dns.colef.mx

1.En una breve nota publicada en El Financiero, “Vate de vates, Juan Martínez” (19/10/1992), José Vicente Anaya se refería a Juan Martínez (1933-2007) diciendo que este poeta estaba y no estaba “entre nosotros porque decidió retirarse del mundo, ala manera (aunque también en versión muy propia) deHolderlin”. Decía que el poeta decidió vivir en retiro para eso no escogió ninguna ciudad acogedora o un centro ceremonial y de poder (San Cristóbal de las Casas, San Miguel Allende): “Para su búsqueda espiritual Juan escogió la ciudad más antiespiritual (sobre todo a principios de la década de 1960): Tijuana”
Vicente Anaya recuerda también que treinta años antes, cuando él tenía 15 años de edad y Juan Martínez unos 28: “Juan, balde con agua y trapo en mano, limpiaba automóviles en las calles céntricas de Tijuana y esperaba con humildad unas monedas” En ese entonces, según recordaba, “Nadie atinaba a ubicarlo en lo que realmente era y hacía... ensimismado, con su larga cabellera amarrada en ‘cola de caballo, su largo abrigo negro y las piernas del pantalón por dentro de unas botas negras que le llegaban al filo de las rodillas”

2. No hace mucho tiempo (¿tres, cuatro, cinco años?) en su columna semanal “La república de las letras”, publicada en el periódico Reforma, el periodista Humberto Musachio recordaba a quienes ayudaron a Diego Rivera a pintar en 1947-48, el mural que estuvo en el ya desaparecido Hotel del Prado de la ciudad de México (se refería al mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”). Entre los mencionados aparecían varios pintores, la mayoría desconocidos para mí. Pero entre ellos se incluía también el nombre de un tal Juan Martínez. Y si no mal recuerdo Musachio mencionaba su libro de poemas En el valle sagrado (UAM,1986) y que además había vivido en Tijuana.

3. Y así atando poco apoco los datos sueltos, contenidos en ese par de notas fui llegando a la conclusión de que yo también había conocido a Juan Martínez. La lectura de esas notas, diferida en el tiempo y en el espacio, me hizo recordar otra época. Me obligó a regresarme varios años atrás en el tiempo. Cuando por allá a mediados de los años setenta, y recién acabada de terminar la secundaria, yo solía frecuentar el Café Palacio (ahora convertido en una tienda de ropa). Ahí en el típico ambiente del relajo juvenil, me reunía en compañía de los amigos de entonces. ¿Como olvidar a Víctor Bueno Zarco, a Jesús Castañeda? La vida me parecía menos complicada y todo estaba al alcance de la mano; o al menos eso creía entonces.

Por aquellos días me interesaba más la filosofía que la literatura y yo tenía la vaga esperanza de que algún día pudiera estudiar en la escuela de filosofía y letras. No sabía dónde ni cómo lo haría, pero esa era una de mis mayores aspiraciones. El tiempo se encargaría de enmendarme la plana para que terminara estudiando no filosofía sino literatura, y no en alguna escuela de Filosofía y Letras del país sino en la Escuela de Humanidades, exactamente doce años después. No sé todavía si para bien o para mal.

4.En esos ya distantes años de mediados de los setenta algunas veces llegaba hasta nuestra mesa un singular personaje. Según creo recordar, en cierta ocasión yo lo había invitado a platicar con nosotros y desde ese momento siempre nos saludábamos. Usaba el pelo largo, trenzado en una larga cola de caballo y tenía una barba bastante descuidada. Regularmente vestía una camiseta que le quedaba corta y unos pantalones sucios y ajustadísimos, como si fueran de torero. La extrema delgadez acentuaba aún más la figura de ese extraño personaje que, sin embargo, me inspiraba cierto interés por la manera que tenía de asumir la vida.
Andaba recorriendo las calles de Tijuana y no era raro verlo hurgar en los botes de basura para buscar algo de comida. Por lo que todas las personas lo veían con bastante recelo. Pero él parecía siempre totalmente alejado de lo que sucedía a su alrededor. Parecía vivir en un mundo aparte. Ajeno a todos lo que lo rodeaban.
Siempre traía consigo una o varias carpetas con papeles desordenados y algunos dibujos que rara vez nos llegaba a mostrar.

5 . Alguna vez hicimos juntos el recorrido a Playas de Tijuana. En esa ocasión nos fuimos caminando a lo largo de la playa, todavía no contaminada. Nos fuimos platicando de filosofía. O más bien, él platicaba algunas de sus ideas y yo lo escuchaba tratando de comprender algo de lo que decía. Vagamente creo recordar algunos de los temas que me comentó en esa ocasión.

6. Pero entonces, en ese tiempo ya lejano, no sabía quien era ni cuál era su nombre; en realidad sólo lo vine a saber veinte años después. Como tampoco supe entonces dónde vivía ni a que se dedicaba. Nunca se lo pregunté y no recuerdo ahora por qué no lo hice. Y si lo dijo alguna vez he terminado por olvidarlo. Así suele ser la memoria de traicionera con algunos.
Durante algún tiempo dejé de verlo. O lo vi sólo de vez en cuando. Mis salidas de Tijuana fueron interrumpiendo de alguna manera mis encuentros fortuitos con él. Hasta que más tarde me lo volví a encontrar en las tortas El Turco, las que estaban en la calle Quinta y Constitución. Siempre aislado de los demás y metido en su propio mundo. Yo lo veía pintar con plumones de colores en las mismas servilletas del restaurante. Las extendía una por una hasta formar una especie de cojín o de colchón. Eran unos dibujos de figuras geométricas y que me parecían maravillosos, elaborados con puros puntos, pocas líneas y que requerían de una paciente elaboración. Tengo la impresión de que duraba varios días en terminarlos.

7. No recuerdo cuándo dejé de verlo. Supongo que fue por ahí de mediados de los años ochenta. El dueño del Turco había sido asesinado por su esposa en complicidad con el amante de ésta. Después de algunos meses (¿o años?) los hijos de “El Turco finalmente cerraron el restaurante y yo dejé de frecuentar los cafés del centro.

8. No volví a verlo. Pero cuando lo recuerdo siempre lo recuerdo en el Café Palacio o en las tortas El Turco. Para mí su figura esta asociada con esa época y con esos espacios de mi juventud. Definitivamente su recuerdo estará asociado a una etapa de mi vida.

9. En 1986 la Universidad Autónoma Metropolitana publicó su libro de poemas En el valle sagrado y fueron apareciendo algunos datos sueltos acerca de su vida. entonces supe cuál era su nombre. Supe también que era poeta y algunos pocos detalles más de su vida.
Me pregunto ahora si habría cambiado algo mi relación con él de haber sabido su nombre, que era un importante poeta y pintor. Si habrían sido diferentes las pláticas que tuve con él. Pero, no definitivamente creo que no. La distancia que había entre él y yo no me habría permitido comprenderlo mejor. Las diferencias de edad y de cultura eran insuperables.

10. Su reciente fallecimiento me hizo regresar a otra época, a otros años. No puedo decir que lo conocí, pero sí que en cierto momento de la vida nos cruzamos e intercambiamos algunas palabras.
Ese es el recuerdo que yo guardo del singular personaje que fue Juan Martínez.

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Tuesday, February 13, 2007

La República de las letras

Juan Martínez, el beatnik mexicano
Nos dejó el poeta y artista plástico Juan Martínez, hermano de don José Luis. Juan nació en Tequila, Jalisco, en 1933, y muy joven se ligó al movimiento beatnik. Fundó la editorial El Albatros, colaboró en Diorama de la Cultura, el desaparecido suplemento de Excélsior, y sus poemas fueron publicados en El Corno Emplumado, Hojas y otras publicaciones. “Boxeador y modelo de Siqueiros”, Sergio Mondragón lo definió como “hombre de inmenso poder poético y personal”, que solía invitarlo a él y otros jóvenes escritores a reunirse en Chapultepec por la madrugada. Cultivó formas peculiares de la gráfica y dejó tres libros de poesía: En las palabras del viento (1959), Ángel de fuego (1978) y En el valle sagrado (1986). De Ángel de fuego, “una de las grandes obras de la poesía mexicana del siglo XX”, cuenta el también poeta Alberto Blanco que, en una noche memorable, en un café de Tijuana, Juan Martínez dictó ese libro a un grupo de amigos. “No sé cuánto tiempo lo había traído en su memoria”. Llegó a exponer su obra pictórica en la Ciudad de México y, pese a lo anterior, se mantuvo siempre lejos de los reflectores. Era, indudablemente, un hombre especial, un “héroe de la contracultura”, como lo llamó Blanco.