Friday, March 23, 2007
Labels: fotos tomadas en Julio del 2005
Saturday, March 17, 2007
Homero Aridjis habla de Juan Martínez
En una entrevista concedida con motivo de su presentación en el Centro de Lectura Condesa, el poeta y narrador evoca su encuentro con la escritura a través de anécdotas personales y de su compromiso con la ecología.
― ¿Como fue ese primer acercamiento que tuvo con el maestro Juan José Arreola?
―Lo conocí en el Centro Mexicano de Escritores, en un taller literario que impartía los miércoles. Fue un encuentro casual, a finales de los cincuenta; llegué con un libro que estaba preparando, La tumba de Filidor, el cual influiría en algunos Escritores de la Onda. Arreola estaba escribiendo en ese momento y cuando le dije que escribía poesía no respondió, pero cuando le dije que jugaba ajedrez reaccionó de inmediato: “pues, véngase luego, luego, a mi casa a jugar ajedrez”. Así que me fui a su casa, ahí se encontraba Eduardo Lizalde y me puso a jugar con él. Arreola quería ver mi calidad de juego, a ver si valía la pena jugar conmigo. Entonces, le gané a Lizalde como siete juegos seguidos; también le gané todos los juegos a Arreola. Ya era como la una de la mañana y dije, ya me voy, nos vemos la próxima semana en el taller de literatura. Arreola interrumpió “¡No! ¿cómo que nos vemos la semana próxima? ¡Es demasiado tiempo para la revancha! Usted se viene mañana, aquí lo espero a la siete para jugar.” Al día siguiente, volví a ganar. Y así, entre juegos de ajedrez nos fuimos conociendo y nos hicimos amigos. Luego, cuando fui becario del Centro Mexicano de Escritores, seguía frecuentando a Arreola en su casa. Al taller iban escritores como Vicente Leñero, Carlos Payán y Juan Martínez.
― ¿A Juan Martínez lo conoció junto con Sergio Mondragón?
―No, cuando llegué con Arreola al Centro Mexicano de Escritores, en la primera sesión en la noche, me encontré con Juan Martínez que estaba leyendo un poema que todavía recuerdo, era una especie de paráfrasis de un Salmo de La Biblia y empezaba así: “Tristuza piensa en Tristuzo”. Era un poema de amor, pero con cierto sentido de humor. Y desde el momento que conocí a Juan, él me vio como el poeta joven y nos hicimos amigos de inmediato.
A Sergio Mondragón lo conocí después, en la escuela Carlos Septién, ahí estudiamos periodismo por las tardes, fuimos condiscípulos. Sergio tenía mucha curiosidad por la literatura, pero en ese tiempo, que yo recuerde, no escribía. Un día presenté a Sergio con Juan Martínez y ahí inició su admiración, a tal grado que se hizo casi su discípulo. De hecho Juan, que era muy celoso, en ocasiones decía ―refiriéndose a Sergio―, este es mi discípulo. Ellos eran casi contemporáneos, yo era más joven.
―A propósito, esta semana en Laberinto, suplemento cultural del diario Milenio, José Vicente Anaya escribe sobre Juan Martínez, como ya lo han hecho en su momento, el mismo Sergio Mondragón y David Huerta ¿podría definir la personalidad de ese legendario escritor?
―Era un poeta rebelde, irreverente e incómodo. Encajaba mal en los círculos intelectuales de la época. Un sábado en el Sanborns de los Azulejos de la calle de Madero, en el Centro Histórico, estaba Fernando Benítez, era su apogeo como editor de suplementos culturales en México.
Fue esa la ocasión en que lo conocí. De pronto, Juan le preguntó ― ¿Fernando, qué está escribiendo usted ahora? Fernando Benítez le respondió ―Una obrilla un poco mediocre. Juan le contestó ―Si es mediocre ¿por qué la escribe? Y se ofendió mucho Benítez y le dijo ― ¿Quién eres tú para reclamarme? Juan insistió ―Si es mediocre ¿para qué la escribe?...Ese tipo de cuestiones incomodaba mucho a la gente. Y claro que tanto a Juan como a mí nos veían mal.
Juan Martínez era un tipo difícil, como exaltado, dormía en un lugar distinto cada noche. En ocasiones íbamos al Sanborns de La Fragua y al de El Ángel. Llegábamos sin dinero. Juan llamaba a una mesera y le decía “¡sírvenos un plato y luego te pago!”, pero lo hacía de tal forma que convencía a la mesera. Porque él era un tipo muy bien parecido, con un gran poder de seducción y encanto, era como esas personas que consigue lo que se propone por su personalidad y capacidad de convencimiento.
― ¿Ya conocía entonces a Octavio Paz?
―Lo conocí por Juan, un día que pasábamos por avenida Juárez, cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores estaba en esa calle, en un edificio viejo, antes de que se cambiara a Tlatelolco. Juan era más conocido como hermano de José Luis Martínez, (aunque ellos no se llevaban muy bien, porque José Luis era todo lo contrario), y dijo “vamos a saludar a Octavio Paz”, así que fue un contacto un poco informal.
Después en 1961 le envié un poemario a París, y Octavio Paz me respondió con mucho entusiasmo que en mi libro tenía algo de original sobre el amor, en una carta muy elogiosa. Luego en 1964 gané el Premio Xavier Villaurrutia por Mirándola dormir y Paz estaba en el jurado, junto con Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas. Creo que yo obtuve tres votos.
Lo cierto es que Usigli no le gustó, le envió una carta de reproche a Zendejas, en la que señalaba que el libro era pornográfico. Eso me dijeron, no sólo no votó por ti, sino que hasta se enojó.
Entonces vino Poesía en Movimiento; la relación fue de mucha cordialidad, pero con dos puntos de vista muy claros, con dos tendencias, como aparece en el libro de Las cartas cruzadas, donde Paz dice que él y yo estuvimos generalmente de acuerdo, en los criterios de selección y los nombres. Por su parte, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco compartían sus puntos de vista. Un ejemplo de las discrepancias fue el número de autores, ellos querían que fueran ochenta y nosotros veinte, que fuera una antología estricta, de mucha calidad poética. El acuerdo fue que ellos redujeran a la mitad y nosotros duplicáramos de veinte a cuarenta nombres.
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― ¿Como fue ese primer acercamiento que tuvo con el maestro Juan José Arreola?
―Lo conocí en el Centro Mexicano de Escritores, en un taller literario que impartía los miércoles. Fue un encuentro casual, a finales de los cincuenta; llegué con un libro que estaba preparando, La tumba de Filidor, el cual influiría en algunos Escritores de la Onda. Arreola estaba escribiendo en ese momento y cuando le dije que escribía poesía no respondió, pero cuando le dije que jugaba ajedrez reaccionó de inmediato: “pues, véngase luego, luego, a mi casa a jugar ajedrez”. Así que me fui a su casa, ahí se encontraba Eduardo Lizalde y me puso a jugar con él. Arreola quería ver mi calidad de juego, a ver si valía la pena jugar conmigo. Entonces, le gané a Lizalde como siete juegos seguidos; también le gané todos los juegos a Arreola. Ya era como la una de la mañana y dije, ya me voy, nos vemos la próxima semana en el taller de literatura. Arreola interrumpió “¡No! ¿cómo que nos vemos la semana próxima? ¡Es demasiado tiempo para la revancha! Usted se viene mañana, aquí lo espero a la siete para jugar.” Al día siguiente, volví a ganar. Y así, entre juegos de ajedrez nos fuimos conociendo y nos hicimos amigos. Luego, cuando fui becario del Centro Mexicano de Escritores, seguía frecuentando a Arreola en su casa. Al taller iban escritores como Vicente Leñero, Carlos Payán y Juan Martínez.
― ¿A Juan Martínez lo conoció junto con Sergio Mondragón?
―No, cuando llegué con Arreola al Centro Mexicano de Escritores, en la primera sesión en la noche, me encontré con Juan Martínez que estaba leyendo un poema que todavía recuerdo, era una especie de paráfrasis de un Salmo de La Biblia y empezaba así: “Tristuza piensa en Tristuzo”. Era un poema de amor, pero con cierto sentido de humor. Y desde el momento que conocí a Juan, él me vio como el poeta joven y nos hicimos amigos de inmediato.
A Sergio Mondragón lo conocí después, en la escuela Carlos Septién, ahí estudiamos periodismo por las tardes, fuimos condiscípulos. Sergio tenía mucha curiosidad por la literatura, pero en ese tiempo, que yo recuerde, no escribía. Un día presenté a Sergio con Juan Martínez y ahí inició su admiración, a tal grado que se hizo casi su discípulo. De hecho Juan, que era muy celoso, en ocasiones decía ―refiriéndose a Sergio―, este es mi discípulo. Ellos eran casi contemporáneos, yo era más joven.
―A propósito, esta semana en Laberinto, suplemento cultural del diario Milenio, José Vicente Anaya escribe sobre Juan Martínez, como ya lo han hecho en su momento, el mismo Sergio Mondragón y David Huerta ¿podría definir la personalidad de ese legendario escritor?
―Era un poeta rebelde, irreverente e incómodo. Encajaba mal en los círculos intelectuales de la época. Un sábado en el Sanborns de los Azulejos de la calle de Madero, en el Centro Histórico, estaba Fernando Benítez, era su apogeo como editor de suplementos culturales en México.
Fue esa la ocasión en que lo conocí. De pronto, Juan le preguntó ― ¿Fernando, qué está escribiendo usted ahora? Fernando Benítez le respondió ―Una obrilla un poco mediocre. Juan le contestó ―Si es mediocre ¿por qué la escribe? Y se ofendió mucho Benítez y le dijo ― ¿Quién eres tú para reclamarme? Juan insistió ―Si es mediocre ¿para qué la escribe?...Ese tipo de cuestiones incomodaba mucho a la gente. Y claro que tanto a Juan como a mí nos veían mal.
Juan Martínez era un tipo difícil, como exaltado, dormía en un lugar distinto cada noche. En ocasiones íbamos al Sanborns de La Fragua y al de El Ángel. Llegábamos sin dinero. Juan llamaba a una mesera y le decía “¡sírvenos un plato y luego te pago!”, pero lo hacía de tal forma que convencía a la mesera. Porque él era un tipo muy bien parecido, con un gran poder de seducción y encanto, era como esas personas que consigue lo que se propone por su personalidad y capacidad de convencimiento.
― ¿Ya conocía entonces a Octavio Paz?
―Lo conocí por Juan, un día que pasábamos por avenida Juárez, cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores estaba en esa calle, en un edificio viejo, antes de que se cambiara a Tlatelolco. Juan era más conocido como hermano de José Luis Martínez, (aunque ellos no se llevaban muy bien, porque José Luis era todo lo contrario), y dijo “vamos a saludar a Octavio Paz”, así que fue un contacto un poco informal.
Después en 1961 le envié un poemario a París, y Octavio Paz me respondió con mucho entusiasmo que en mi libro tenía algo de original sobre el amor, en una carta muy elogiosa. Luego en 1964 gané el Premio Xavier Villaurrutia por Mirándola dormir y Paz estaba en el jurado, junto con Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas. Creo que yo obtuve tres votos.
Lo cierto es que Usigli no le gustó, le envió una carta de reproche a Zendejas, en la que señalaba que el libro era pornográfico. Eso me dijeron, no sólo no votó por ti, sino que hasta se enojó.
Entonces vino Poesía en Movimiento; la relación fue de mucha cordialidad, pero con dos puntos de vista muy claros, con dos tendencias, como aparece en el libro de Las cartas cruzadas, donde Paz dice que él y yo estuvimos generalmente de acuerdo, en los criterios de selección y los nombres. Por su parte, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco compartían sus puntos de vista. Un ejemplo de las discrepancias fue el número de autores, ellos querían que fueran ochenta y nosotros veinte, que fuera una antología estricta, de mucha calidad poética. El acuerdo fue que ellos redujeran a la mitad y nosotros duplicáramos de veinte a cuarenta nombres.
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Monday, March 05, 2007
Un poeta que nacerá póstumo
A propósito del inevitable viaje sin repatriación del poeta Juan Martínez, algunos escritores reflexionan en torno a su obra.
Enrique Mendoza Hernández
“… después que caiga el polvo por el desván del sueño
no me preguntéis nada
simplemente escuchad este dolor con huecos de granada
por el viento sin pájaros
y esperad que la rosa de la circuncisión
florezca nuevamente en tiempo y realidades…”.
Juan Martínez (1933-2007)
Ciertamente se trata de un poeta difícil de ubicar en los cánones literarios. En minuciosa y concienzuda búsqueda por las letras no oficiales del México de la segunda mitad del Siglo XX, Juan Martínez puede encontrarse entre los suplementos como “México en la Cultura” de Novedades y “Diorama de la Cultura” en Excélsior. De hecho Juan José Arreola, en los Cuadernos del Unicornio que dirigía allá por 1959, justo en el número 26, apareció el plaquette de Martínez, intitulado “En las Palabras del Viento”. También en la revista El Corno Emplumado, a cargo de Sergio Mondragón y Margaret Randall, sin descartar a José Vicente Anaya.
Cuentan quienes lo conocieron, que a finales de la década de los 60, Martínez huyó de los círculos intelectuales distritofederalenses de aquella época. Escapó lo más lejosposible del centro del país: Tijuana.
“Creo que está muy claro que Juan nunca pretendió formar parte de los grupos intelectuales del poder cultural, en ningún nivel ni sentido. Esto queda muy claro al haberse retirado de la Ciudad de México (en esta especie de autoexilio que fue vivir en Tijuana cuando era pequeña, más pragmática, ciudad de paso para turistas o quienes querían emigrar a los Estados Unidos) en un momento en que estaba siendo reconocido por el status quo en tanto ser publicado por Juan José Arreola y estar en el círculo de El Corno Emplumado compartiendo con sus amigos Sergio Mondragón y Homero Aridjis, además de su amistad con poetas beats”, dice José Vicente Anaya (co-director de Alforja) en conversación con Heriberto Yépez.
“Sergio Mondragón cuenta que antes de que Juan se fuera a Tijuana, era implacable crítico de las figuras intelectuales que en ese momento estaban resaltando y se comportaban como divos, tramposos, hipócritas. Que Octavio Paz no haya incluido a Juan en `Poesía en Movimiento´ no es porque no tuviera un libro (aunque ya estaba su plaquette) sino porque Paz sospechaba que Juan no era poeta, que sería `poeta de relumbrón´, que no volvería a escribir poesía”, agrega Anaya.
“Los intelectuales serios, racionalistas, no aceptaban nada de Juan. Ni siquiera su poesía. Lo menos que pensaban es que se trataba de un `loco´”.
Fue precisamente en este polo fronterizo donde Martínez publicó “Ángel de Fuego”, en Ediciones Albatros en 1978. En 1986, la Universidad Autónoma Metropolitana, bajo la Colección Molinos de Viento, editó “En el Valle Sagrado”, una recopilación de su obra.
La otra poesía
Ahora que el poeta ha vuelto a nacer precisamente el día de su partida (enero 18 de 2007, en Guadalajara), algunos escritores intentan poner más atención a su legado literario.
José Vicente Anaya construye paralelismos cuando afirma que la obra de Juan Martínez “se define más como una poesía en el orden filosófico de la metafísica. Me refiero a la metafísica seria de pensadores como Anaximandro, Plotino, Aristóteles y luego desde Berkeley hasta Ortega y Gasset.
“Veo un paralelismo impresionante entre Juan Martínez y Antonin Artaud y Friedrich Hölderlin. Los tres fueron metafísicos naturales y realmente vieron las profundidades. En el sentido en que reflexionó Heidegger, los tres bajaron a los abismos”, agrega Anaya.
Incluso en su ensayo “Los Ritos Luminosos de Juan Martínez” (Memoranda, número 47, 1997), Luis Cortés Bargalló coincide:
“… es posible ver que la obra poética de Juan Martínez ha pasado a gran velocidad y, sobre todo, sin demora alguna por los puntos más luminosos de la tradición poética del Siglo XX: Huidobro, Pound, Neruda, Eliot, Claudel, Gorostiza, Perse y, particularmente, el William Blake que leyeron, cantaron y revitalizaron Ginsberg, Kerouac y Snyder. En su obra está, al mismo tiempo, el gusto por cierto arcaísmo y elegancia en la expresión derivados de las traducciones de los clásicos y aun delos textos sagrados”.
Por su parte, el filósofo Heriberto Yépez opina:
“Se trata de un poeta místico, con un uso lacónico del lenguaje, sin desperdicio de vocablo, palabra a palabra, figura poética a figura poética. Hay una trama oculta metaforizándose. No hay nada gratuito en sus poemas. Todo en ellos es una cifra”.
Cortés Bargalló concuerda en la posibilidad de que la obra de Martínez sea valorada:
“Si hemos prestado atención a tanta, excelente literatura, que nos estremece por la tensión que logra entre las dimensiones individual e histórica; si por otro lado, nos hemos conmovido con el abismo y la paradoja de nuestras vidas y nuestros cuerpos cuando éstos aparecen en el espejo transfigurado del arte, por qué no habríamos de intentar siquiera un acercamiento adecuado a una obra que, en sus propios términos, busca borrar las fronteras de la contradicción y la dualidad”.
Al “héroe de la contracultura”, llamado así por Ángel Blanco, “no se ha prestado la atención debida”.
De hecho, Blanco no tiene empacho en augurar que “Ángel de Fuego” “habrá de ser considerado una de las grandes obras de la poesía mexicana del Siglo XX”.
Y remata:
“Tarde o temprano nuevas y más sensibles generaciones se darán cuenta de la magnitud de la obra de un artista total, que forjó al margen de la vida pública y las instituciones culturales una leyenda singular en el México contemporáneo”.
Bajo los anteriores argumentos, es probable que la de Juan Martínez sea parte de la otra poesía, la no oficial; para acabar de una vez, ¿será Juan Martínez un poeta que nacerá póstumo?
enrique mendoza hernandez
Enrique Mendoza Hernández
“… después que caiga el polvo por el desván del sueño
no me preguntéis nada
simplemente escuchad este dolor con huecos de granada
por el viento sin pájaros
y esperad que la rosa de la circuncisión
florezca nuevamente en tiempo y realidades…”.
Juan Martínez (1933-2007)
Ciertamente se trata de un poeta difícil de ubicar en los cánones literarios. En minuciosa y concienzuda búsqueda por las letras no oficiales del México de la segunda mitad del Siglo XX, Juan Martínez puede encontrarse entre los suplementos como “México en la Cultura” de Novedades y “Diorama de la Cultura” en Excélsior. De hecho Juan José Arreola, en los Cuadernos del Unicornio que dirigía allá por 1959, justo en el número 26, apareció el plaquette de Martínez, intitulado “En las Palabras del Viento”. También en la revista El Corno Emplumado, a cargo de Sergio Mondragón y Margaret Randall, sin descartar a José Vicente Anaya.
Cuentan quienes lo conocieron, que a finales de la década de los 60, Martínez huyó de los círculos intelectuales distritofederalenses de aquella época. Escapó lo más lejosposible del centro del país: Tijuana.
“Creo que está muy claro que Juan nunca pretendió formar parte de los grupos intelectuales del poder cultural, en ningún nivel ni sentido. Esto queda muy claro al haberse retirado de la Ciudad de México (en esta especie de autoexilio que fue vivir en Tijuana cuando era pequeña, más pragmática, ciudad de paso para turistas o quienes querían emigrar a los Estados Unidos) en un momento en que estaba siendo reconocido por el status quo en tanto ser publicado por Juan José Arreola y estar en el círculo de El Corno Emplumado compartiendo con sus amigos Sergio Mondragón y Homero Aridjis, además de su amistad con poetas beats”, dice José Vicente Anaya (co-director de Alforja) en conversación con Heriberto Yépez.
“Sergio Mondragón cuenta que antes de que Juan se fuera a Tijuana, era implacable crítico de las figuras intelectuales que en ese momento estaban resaltando y se comportaban como divos, tramposos, hipócritas. Que Octavio Paz no haya incluido a Juan en `Poesía en Movimiento´ no es porque no tuviera un libro (aunque ya estaba su plaquette) sino porque Paz sospechaba que Juan no era poeta, que sería `poeta de relumbrón´, que no volvería a escribir poesía”, agrega Anaya.
“Los intelectuales serios, racionalistas, no aceptaban nada de Juan. Ni siquiera su poesía. Lo menos que pensaban es que se trataba de un `loco´”.
Fue precisamente en este polo fronterizo donde Martínez publicó “Ángel de Fuego”, en Ediciones Albatros en 1978. En 1986, la Universidad Autónoma Metropolitana, bajo la Colección Molinos de Viento, editó “En el Valle Sagrado”, una recopilación de su obra.
La otra poesía
Ahora que el poeta ha vuelto a nacer precisamente el día de su partida (enero 18 de 2007, en Guadalajara), algunos escritores intentan poner más atención a su legado literario.
José Vicente Anaya construye paralelismos cuando afirma que la obra de Juan Martínez “se define más como una poesía en el orden filosófico de la metafísica. Me refiero a la metafísica seria de pensadores como Anaximandro, Plotino, Aristóteles y luego desde Berkeley hasta Ortega y Gasset.
“Veo un paralelismo impresionante entre Juan Martínez y Antonin Artaud y Friedrich Hölderlin. Los tres fueron metafísicos naturales y realmente vieron las profundidades. En el sentido en que reflexionó Heidegger, los tres bajaron a los abismos”, agrega Anaya.
Incluso en su ensayo “Los Ritos Luminosos de Juan Martínez” (Memoranda, número 47, 1997), Luis Cortés Bargalló coincide:
“… es posible ver que la obra poética de Juan Martínez ha pasado a gran velocidad y, sobre todo, sin demora alguna por los puntos más luminosos de la tradición poética del Siglo XX: Huidobro, Pound, Neruda, Eliot, Claudel, Gorostiza, Perse y, particularmente, el William Blake que leyeron, cantaron y revitalizaron Ginsberg, Kerouac y Snyder. En su obra está, al mismo tiempo, el gusto por cierto arcaísmo y elegancia en la expresión derivados de las traducciones de los clásicos y aun delos textos sagrados”.
Por su parte, el filósofo Heriberto Yépez opina:
“Se trata de un poeta místico, con un uso lacónico del lenguaje, sin desperdicio de vocablo, palabra a palabra, figura poética a figura poética. Hay una trama oculta metaforizándose. No hay nada gratuito en sus poemas. Todo en ellos es una cifra”.
Cortés Bargalló concuerda en la posibilidad de que la obra de Martínez sea valorada:
“Si hemos prestado atención a tanta, excelente literatura, que nos estremece por la tensión que logra entre las dimensiones individual e histórica; si por otro lado, nos hemos conmovido con el abismo y la paradoja de nuestras vidas y nuestros cuerpos cuando éstos aparecen en el espejo transfigurado del arte, por qué no habríamos de intentar siquiera un acercamiento adecuado a una obra que, en sus propios términos, busca borrar las fronteras de la contradicción y la dualidad”.
Al “héroe de la contracultura”, llamado así por Ángel Blanco, “no se ha prestado la atención debida”.
De hecho, Blanco no tiene empacho en augurar que “Ángel de Fuego” “habrá de ser considerado una de las grandes obras de la poesía mexicana del Siglo XX”.
Y remata:
“Tarde o temprano nuevas y más sensibles generaciones se darán cuenta de la magnitud de la obra de un artista total, que forjó al margen de la vida pública y las instituciones culturales una leyenda singular en el México contemporáneo”.
Bajo los anteriores argumentos, es probable que la de Juan Martínez sea parte de la otra poesía, la no oficial; para acabar de una vez, ¿será Juan Martínez un poeta que nacerá póstumo?
enrique mendoza hernandez