Friday, February 09, 2007

Los ritos luminosos de Juan Martínez (Luis Cortés Bargallo)



cierto que no tiene la sencillez de Basho
mas recordad: en ese corazón
el Universo resuelve sus problemas

Sergio Mondragón


Aunque toda obra, al crecer, al desarrollarse, recorre determinadas vertientes identificables y externas, ésta, cuando es auténtica, contiene desde un principio su simiente visible y original. De hecho, un verdadero poeta no escribe otra cosa que sus poemas futuros, siempre sus poemas futuros. Un tipo de poemas que está fuera del catálogo de una tradición y que, en su individualidad, no es sino la expresión decantada del ejercicio constante de la libertad y la voluntad creativas; un tipo de poemas cuyo lector viene del futuro. En su poema "Carta 2", así lo expresa Juan Martínez:

Hay un germen generador en todo gran poema
que al ejercer contacto con el espíritu del hombre
singulariza a través de una chispa transmisora
una potencia consubstancial; a partir de este momento
el que revive lo intuido por el poeta,
clarifica y extiende el paisaje diseminado en líneas,
mas cada espectador adapta el reino
a la posibilidad de su genio.

No obstante, es posible ver que la obra poética de Juan Martínez ha pasado a gran velocidad y, sobre todo, sin demora alguna por los puntos más luminosos de la tradición poética del siglo XX: Huidobro, Pound, Neruda, Eliot, Claudel, Gorostiza, Perse y, particularmente, el William Blake que leyeron, cantaron y revitalizaron Ginsberg, Kerouac y Snyder. En su obra está, al mismo tiempo, el gusto por cierto arcaísmo y elegancia en la expresión derivados de las traducciones de los clásicos y aun de los textos sagrados. Con frecuencia nos encontramos citas intercaladas –como si surgieran de la memoria de la especie poética–, provenientes de Eliot o Shakespeare y aun de Joyce, tal y como éstos hacían con sus autores afines o pertinentes a un texto. Pero esto no deja de ser un simple comentario aplicable a una buena cantidad de nuestros poetas contemporáneos. Este mínimo recuento, no es lo que la crítica pondera –sin llegar a acuerdos sustanciales– como un muestrario de "influencias"; me refiero, pues, tan sólo a los contextos de una tradición ineludible, la de los lenguajes artísticos, la de sus paralelismos en hallazgos, tiempo y propósitos.

Para la obra de Juan Martínez resulta más significativa la percepción aguda de sus formas exuberantes y complejas, producto sensible del intenso fuego de la experiencia interior, de un mundo que, en transfiguración constante, les da sustento. Para que este mundo se torne material, inteligible, el poeta no ha escatimado recursos: paradojas en torno al silencio, a la soledad; adjetivación detonante; neologismos; onomatopeyas; analogías sorprendentes, mapas espirituales y simbolismos. Una especie de misticismo existencial, legitimado por la experiencia directa; a medio camino entre lo social y lo individual, entre la revelación y el arte y, de alguna forma, el puente. Podría decirse, su mundo es otro, pero también éste: acrecentado, hipersensible, desnudado –como él mismo dice en un poema– de "sus lacerados atavíos".

Inicié esta nota hablando de los poemas futuros, éstos son la luz de los poemas pasados, son su línea de continuidad, el "hilo de oro"; fuera del tiempo, su nítida radiografía. El final del libro En el valle sagrado, los poemas reunidos de Juan Martínez (UAM, Colección Molinos de Viento, México, 1986), tiene dos secciones: "De los Ritos Luminosos" y "En el Valle Sagrado"; los poemas que las integran marcan un cambio formal respecto a la obra anterior. Median quizá muchos años en los que el artista, sin cambiar de dirección, ha trabajado intensa, devotamente en la pintura y el dibujo. Mientras que la poesía precedente ha desarrollado un complejo tapiz en el que se anuda la paradoja de la profusión y el silencio, así como la intensidad plástica y espiritual de una realidad visionaria, los poemas de este corpus se han concentrado con el manejo de una expresión más sencilla y, hasta cierto punto, inmaterial. Estos poemas, sin embargo, no son lo que en el contexto del análisis literario podríamos llamar un rompimiento, estos poemas son el ideograma de su poesía anterior, o por lo menos, permiten fluidamente esta lectura. Transcribo en seguida el texto completo del poema "De los Ritos Luminosos":

Para ubicar un punto de partida cósmico
es absolutamente necesario
preparar una base.

Sin ella se precipitará a la gravedad,
la inducción de sensibilidad
queda obstruida, el avance es negativo;

con admirable base
la preparación puede ubicarse
circularmente, o en su efecto líneas,
la comunicación
a los puntos fijados
descorre el velo metafísico
de la naturaleza el planteamiento orgánico
queda claro, en seguida
se desvanece la trama
interceptando el error,
y la nupcia se reanuda
entre el hombre y lo invisible.

Además de un poema, "De los Ritos Luminosos" es un mapa en el que su cartógrafo ha sustituido las imágenes literarias –tan abundantes y complejas en su obra anterior– por un código intrínseco, todo ello con el objeto de ser más preciso, "más práctico", diría su autor en tantas ocasiones propicias; en efecto, un rito es un evento, una "práctica". La versión original de este poema está inscripta en un dibujo que muestra la expansión y desarrollo de un círculo; sus expresiones abstractas, coronadas por varios corredores de cúpulas, ondas tangenciales y firmes coordenadas rectilíneas como rayos de sol.

De acuerdo a Mircea Eliade, en su esencia, todo rito simboliza y reproduce la creación; por otra parte, todo rito es una cita, es decir, una confluencia de fuerzas y de ordenamientos; su sentido surge de la acumulación y de la combinación de esos poderes concertados. Tomemos también un par de acepciones convencionalmente aceptadas en torno al simbolismo de la luz: la más general, aquella que la identifica con el espíritu; otra más concreta apuntada por René Guénon: "una partícula humana indestructible, simbolizada por un hueso durísimo, al que parte del alma se mantiene unida desde la muerte hasta la resurrección". Si agregáramos la idea de que la luz es también el sitio de "una aparición", desde la cifra literal del título del poema tendríamos todo lo necesario para recorrerlo.

Un modelo mítico estructura el poema impecablemente, el "monomito" joyceano que Joseph Campbell —en su The Hero with a Thousand Faces— define como el viaje del héroe: separación, iniciación y retorno. Separación: punto de partida, proceso de individuación extrema; iniciación: descubrimiento gradual y riguroso de otra realidad; retorno: reestablecimiento de los vínculos con la sociedad y el lenguaje, mediante la aportación de un mensaje inteligible, unificador y liberador.

* * *

Quisiera intentar aquí un breve análisis del poema transcrito que permitiera, por una parte, funcionalizar la idea de que estos "ritos luminosos" alumbran y hacen germinar, en sus diversos rumbos, los poemas anteriores de Juan Martínez. Pero, por otra, subrayar la presencia de sus contenidos específicos y autónomos.

Para ubicar un punto de partida cósmico
es absolutamente necesario
preparar una base.

La ubicación de este "punto de partida cósmico" no es una idea abstracta y mucho menos vacía de sentido; tradicionalmente, consiste en un sacrificio del que se deriva la creación de formas y materia, a través de una modificación sustancial de la energía primordial. La ubicación de este punto es precisamente el despertar de una conciencia, estado luminoso que coincide, como un símil arquetípico, con el nacimiento de la creación artística. En uno de sus primeros poemas, "En las palabras del viento" –clara referencia a un verso de T.S. Eliot–, Juan Martínez escribe:

...encontré la sangre esparcida del alma de los pobres y de los inocentes,
y no la hallé precisamente en excavaciones,
sino en todas estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada,
mis entrañas encendidas clamaron y guardé su enojo para siempre,
la amargura de mi corazón penetró hasta mis tuétanos,
las aguas en lo alto detuvieron su paso y la lluvia faltó,
miré la tierra y he aquí que estaba asolada y vacía...

y en otro poema, "Los neumatismos":

...ya es bastante con esto
ya es bastante,
a lo lejos se escucha el ulular
del viento que hace cimbrar los dientes.

Es entonces en este "punto de partida cósmico" en el que un momento de revelación conforma una "base"; no se trata del regocijo o el dolor ante "estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada", sino de una fuerza transfiguradora que emerge de un estado de sensibilidad extrema.

Sin ella se precipitará a la gravedad,
la inducción de sensibilidad
queda obstruida, el avance es negativo;

Reitera aquí el poeta la imposibilidad de avanzar si el punto de partida no está fundamentado en una primera revelación que conmueve el edificio de las convenciones y las apariencias. "Sin la Condición poética o profética, lo filosófico y lo experimental anidarían pronto en el principio y razón de todas las cosas [la gravedad], y se mantendrían inmóviles, incapaces de hacer nada fuera de la repetición indefinida de la misma cantilena estúpida", escribe William Blake.

con admirable base
la preparación puede ubicarse
circularmente, o en su efecto líneas,

"Admirable" no es aquí, como podría sugerir su etimología, un simple adjetivo que se refiere exclusivamente al efecto que algo produce sobre un receptor, es también una cualidad intrínseca del emisor o causa; primero deberá ser "algo digno de verse", algo que está a la vista. ¿Es esto una aseveración ética o estética?, o, como afirma el poeta en "Con el misterio a cuestas": "el íntimo justo acorde que restañe/ esa duda relativa de la razón abierta".

En el segundo verso la palabra "preparación" tiene un peso específico. Significa: si la base es buena, puedo esperar, como hace precisamente el que se entrega a la meditación. Son muchos los poemas de Juan Martínez que hablan de esta espera y de sus frutos (Ángel de fuego):

Después la espera en la historia de los espacios siderales
ataviado el espíritu con los rigores numismáticos
bajo creciente silenciosa y sagrada en la individualidad del espíritu
girando en armonía la vida viajaba en campos solares
amplios corredores reverdecían aromatizando el pensamiento
estímulos en el reverbero de alta consideración amorosa,
conciencia increada cabalgando alas de ángel
belleza bestial que el alma llama Realidad,
mansión de delicias filtrándose en el bosquejo de su prosperidad
donde andróginas, mudas piedras mágicas
refulgen en el espejo del espíritu, azul de ondas salinas su inocencia.

o en "Rosa de la circuncisión":

después que caiga el polvo por el desván del sueño,
no me preguntéis nada,
simplemente escuchad este dolor con huecos de granada
por el viento sin pájaros
y esperad que la rosa de la circuncisión
florezca nuevamente en tiempo y realidades.

En el tercer verso de la estrofa que revisábamos –"circularmente, o en su efecto líneas"–, el poeta hace su primer trazo y éste contiene un profundo simbolismo vinculado a la naturaleza de la luz. El calor, representado por la curva, "en su efecto" (y aquí podemos ver que no se trata de una errata) produce luz, representada por las líneas. Guénon añade al explicar estas figuras: "la doble radiación que consideramos es por cierto luz y calor en cierto aspecto; pero a la vez, en otro respecto, es también luz y lluvia, por las cuales el sol ejerce su acción vivificante sobre todas las cosas". Con este instrumento, doble y uno, como un arco, no hay punto inalcanzable; el simple tacto de lo intangible, lo hace tangible, lo "germina"; este instrumento es también el lenguaje que, en su dimensión ritual, dice Juan Martínez, "penetra lo impenetrable/ expresando en palabras el silencio":

la comunicación
a los puntos fijados
descorre el velo metafísico
de la naturaleza el planteamiento orgánico
queda claro, en seguida
se desvanece la trama
interceptando el error,

Walter Benjamin, en su Angelus novus, escribe: "La lengua de un ser es el medio en el cual se comunica su ser espiritual. El río ininterrumpido de esta comunicación atraviesa toda la naturaleza desde el ínfimo existente hasta el hombre y desde el hombre hasta Dios... la entera naturaleza se haya atravesada por una lengua muda y sin nombre, residuo del verbo creador de Dios, que se ha conservado en el hombre como nombre conocedor y –sobre el hombre– como sentencia juzgadora... Toda lengua superior es traducción de la inferior, hasta que se despliega, en la última claridad, la palabra de Dios que es la unidad de este movimiento lingüístico."

El autor de "Bodas del cielo y el infierno" escribió: "Lo que está Encima está Dentro, pues toda cosa en la Eternidad es Traslúcida". Al eliminarse lo que los budistas llaman "impurezas de la percepción", interceptado el "error", todo en realidad se vuelve visible, tanto para los sentidos como para la inteligencia. Y esa es precisamente la finalidad de un "rito luminoso":

y la nupcia se reanuda
entre el hombre y lo invisible.

* * *

Este mapa, este poema, no es una fórmula esotérica; lo he usado como Piedra Roseta precisamente por sus cualidades artísticas; se trata de una construcción expuesta directamente a los sentidos, a la inteligencia y a la intuición. Para quien lo lee aisladamente y al margen de la obra de Juan Martínez, también tiene un profundo sentido, sigue siendo un rito luminoso, desapegado por completo de las convenciones artísticas que muchas veces nos resultan más atractivas que sus propios contenidos.

La obra de Juan Martínez merece nuestra más sutil atención. ¿Tendría alguna importancia revisarla a la luz de un riguroso mecanismo formal cuando ella misma lo ha superado? Cuando este poema es sobre todo un evento, un diamante formado bajo la presión de miles y miles de pesadas, densas experiencias formales.

Si hemos prestado atención a tanta, excelente literatura, que nos estremece por la tensión que logra entre las dimensiones individual e histórica; si por otro lado, nos hemos conmovido con el abismo y la paradoja de nuestras vidas y nuestros cuerpos cuando estos aparecen en el espejo transfigurado del arte. Porqué no habríamos de intentar siquiera un acercamiento adecuado a una obra que, en sus propios términos, busca borrar las fronteras de la contradicción y la dualidad.

Es cierto que, como dice el poema de Sergio Mondragón, la obra de Juan Martínez "no tiene la sencillez de Basho", y su belleza puede, incluso, ser terrible; sin embargo, tanto para comprender una y otra se requiere de la actitud, la condición correcta: escuchar la lluvia, empaparse en ella.


* Publicado en revista Memoranda, núm. 47, ,Ciudad de México, marzo-abril de 1997 y en diario El Mexicano, suplemento Identidad, Tijuana, 4 de Febrero del 2007.