Tuesday, February 20, 2007

Mis Recuerdos de Juan Martínez

Por Humberto Félix Berumen
jfelix@dns.colef.mx

1.En una breve nota publicada en El Financiero, “Vate de vates, Juan Martínez” (19/10/1992), José Vicente Anaya se refería a Juan Martínez (1933-2007) diciendo que este poeta estaba y no estaba “entre nosotros porque decidió retirarse del mundo, ala manera (aunque también en versión muy propia) deHolderlin”. Decía que el poeta decidió vivir en retiro para eso no escogió ninguna ciudad acogedora o un centro ceremonial y de poder (San Cristóbal de las Casas, San Miguel Allende): “Para su búsqueda espiritual Juan escogió la ciudad más antiespiritual (sobre todo a principios de la década de 1960): Tijuana”
Vicente Anaya recuerda también que treinta años antes, cuando él tenía 15 años de edad y Juan Martínez unos 28: “Juan, balde con agua y trapo en mano, limpiaba automóviles en las calles céntricas de Tijuana y esperaba con humildad unas monedas” En ese entonces, según recordaba, “Nadie atinaba a ubicarlo en lo que realmente era y hacía... ensimismado, con su larga cabellera amarrada en ‘cola de caballo, su largo abrigo negro y las piernas del pantalón por dentro de unas botas negras que le llegaban al filo de las rodillas”

2. No hace mucho tiempo (¿tres, cuatro, cinco años?) en su columna semanal “La república de las letras”, publicada en el periódico Reforma, el periodista Humberto Musachio recordaba a quienes ayudaron a Diego Rivera a pintar en 1947-48, el mural que estuvo en el ya desaparecido Hotel del Prado de la ciudad de México (se refería al mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”). Entre los mencionados aparecían varios pintores, la mayoría desconocidos para mí. Pero entre ellos se incluía también el nombre de un tal Juan Martínez. Y si no mal recuerdo Musachio mencionaba su libro de poemas En el valle sagrado (UAM,1986) y que además había vivido en Tijuana.

3. Y así atando poco apoco los datos sueltos, contenidos en ese par de notas fui llegando a la conclusión de que yo también había conocido a Juan Martínez. La lectura de esas notas, diferida en el tiempo y en el espacio, me hizo recordar otra época. Me obligó a regresarme varios años atrás en el tiempo. Cuando por allá a mediados de los años setenta, y recién acabada de terminar la secundaria, yo solía frecuentar el Café Palacio (ahora convertido en una tienda de ropa). Ahí en el típico ambiente del relajo juvenil, me reunía en compañía de los amigos de entonces. ¿Como olvidar a Víctor Bueno Zarco, a Jesús Castañeda? La vida me parecía menos complicada y todo estaba al alcance de la mano; o al menos eso creía entonces.

Por aquellos días me interesaba más la filosofía que la literatura y yo tenía la vaga esperanza de que algún día pudiera estudiar en la escuela de filosofía y letras. No sabía dónde ni cómo lo haría, pero esa era una de mis mayores aspiraciones. El tiempo se encargaría de enmendarme la plana para que terminara estudiando no filosofía sino literatura, y no en alguna escuela de Filosofía y Letras del país sino en la Escuela de Humanidades, exactamente doce años después. No sé todavía si para bien o para mal.

4.En esos ya distantes años de mediados de los setenta algunas veces llegaba hasta nuestra mesa un singular personaje. Según creo recordar, en cierta ocasión yo lo había invitado a platicar con nosotros y desde ese momento siempre nos saludábamos. Usaba el pelo largo, trenzado en una larga cola de caballo y tenía una barba bastante descuidada. Regularmente vestía una camiseta que le quedaba corta y unos pantalones sucios y ajustadísimos, como si fueran de torero. La extrema delgadez acentuaba aún más la figura de ese extraño personaje que, sin embargo, me inspiraba cierto interés por la manera que tenía de asumir la vida.
Andaba recorriendo las calles de Tijuana y no era raro verlo hurgar en los botes de basura para buscar algo de comida. Por lo que todas las personas lo veían con bastante recelo. Pero él parecía siempre totalmente alejado de lo que sucedía a su alrededor. Parecía vivir en un mundo aparte. Ajeno a todos lo que lo rodeaban.
Siempre traía consigo una o varias carpetas con papeles desordenados y algunos dibujos que rara vez nos llegaba a mostrar.

5 . Alguna vez hicimos juntos el recorrido a Playas de Tijuana. En esa ocasión nos fuimos caminando a lo largo de la playa, todavía no contaminada. Nos fuimos platicando de filosofía. O más bien, él platicaba algunas de sus ideas y yo lo escuchaba tratando de comprender algo de lo que decía. Vagamente creo recordar algunos de los temas que me comentó en esa ocasión.

6. Pero entonces, en ese tiempo ya lejano, no sabía quien era ni cuál era su nombre; en realidad sólo lo vine a saber veinte años después. Como tampoco supe entonces dónde vivía ni a que se dedicaba. Nunca se lo pregunté y no recuerdo ahora por qué no lo hice. Y si lo dijo alguna vez he terminado por olvidarlo. Así suele ser la memoria de traicionera con algunos.
Durante algún tiempo dejé de verlo. O lo vi sólo de vez en cuando. Mis salidas de Tijuana fueron interrumpiendo de alguna manera mis encuentros fortuitos con él. Hasta que más tarde me lo volví a encontrar en las tortas El Turco, las que estaban en la calle Quinta y Constitución. Siempre aislado de los demás y metido en su propio mundo. Yo lo veía pintar con plumones de colores en las mismas servilletas del restaurante. Las extendía una por una hasta formar una especie de cojín o de colchón. Eran unos dibujos de figuras geométricas y que me parecían maravillosos, elaborados con puros puntos, pocas líneas y que requerían de una paciente elaboración. Tengo la impresión de que duraba varios días en terminarlos.

7. No recuerdo cuándo dejé de verlo. Supongo que fue por ahí de mediados de los años ochenta. El dueño del Turco había sido asesinado por su esposa en complicidad con el amante de ésta. Después de algunos meses (¿o años?) los hijos de “El Turco finalmente cerraron el restaurante y yo dejé de frecuentar los cafés del centro.

8. No volví a verlo. Pero cuando lo recuerdo siempre lo recuerdo en el Café Palacio o en las tortas El Turco. Para mí su figura esta asociada con esa época y con esos espacios de mi juventud. Definitivamente su recuerdo estará asociado a una etapa de mi vida.

9. En 1986 la Universidad Autónoma Metropolitana publicó su libro de poemas En el valle sagrado y fueron apareciendo algunos datos sueltos acerca de su vida. entonces supe cuál era su nombre. Supe también que era poeta y algunos pocos detalles más de su vida.
Me pregunto ahora si habría cambiado algo mi relación con él de haber sabido su nombre, que era un importante poeta y pintor. Si habrían sido diferentes las pláticas que tuve con él. Pero, no definitivamente creo que no. La distancia que había entre él y yo no me habría permitido comprenderlo mejor. Las diferencias de edad y de cultura eran insuperables.

10. Su reciente fallecimiento me hizo regresar a otra época, a otros años. No puedo decir que lo conocí, pero sí que en cierto momento de la vida nos cruzamos e intercambiamos algunas palabras.
Ese es el recuerdo que yo guardo del singular personaje que fue Juan Martínez.

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Tuesday, February 13, 2007

La República de las letras

Juan Martínez, el beatnik mexicano
Nos dejó el poeta y artista plástico Juan Martínez, hermano de don José Luis. Juan nació en Tequila, Jalisco, en 1933, y muy joven se ligó al movimiento beatnik. Fundó la editorial El Albatros, colaboró en Diorama de la Cultura, el desaparecido suplemento de Excélsior, y sus poemas fueron publicados en El Corno Emplumado, Hojas y otras publicaciones. “Boxeador y modelo de Siqueiros”, Sergio Mondragón lo definió como “hombre de inmenso poder poético y personal”, que solía invitarlo a él y otros jóvenes escritores a reunirse en Chapultepec por la madrugada. Cultivó formas peculiares de la gráfica y dejó tres libros de poesía: En las palabras del viento (1959), Ángel de fuego (1978) y En el valle sagrado (1986). De Ángel de fuego, “una de las grandes obras de la poesía mexicana del siglo XX”, cuenta el también poeta Alberto Blanco que, en una noche memorable, en un café de Tijuana, Juan Martínez dictó ese libro a un grupo de amigos. “No sé cuánto tiempo lo había traído en su memoria”. Llegó a exponer su obra pictórica en la Ciudad de México y, pese a lo anterior, se mantuvo siempre lejos de los reflectores. Era, indudablemente, un hombre especial, un “héroe de la contracultura”, como lo llamó Blanco.

Saturday, February 10, 2007

Juan Martínez (1933-2007): Voz de lo oculto, intérprete de los misterios (José Vicente Anaya)

El 18 de enero murió el poeta de Ángel de fuego, quien autoexiliado de los círculos literarios del D.F. eligió la ciudad de Tijuana para vivir una especie de retiro espiritual

El gran poeta persa Shams-ud-din Mahoma (Mahoma Sol-de-Fe), más conocido como Hafiz (1320-1390), recibió en vida los títulos de Voz de lo oculto e Intérprete de los misterios por la belleza y profundidad lumínicamente mística de sus poesías; e iguales títulos merece nuestro poeta Juan Martínez. El estudioso de la cultura persa y musulmana, Paul Smith, escribió: “Si Dios tomara forma de poeta. Creo que estaría muy contento de escribir como Hafiz”.

También los poemas de Juan Martínez serían dignos de ser tomados como modelo por el Ser Supremo. La prueba contundente la podemos encontrar en fragmentos de su poesía como éste:

Masticar la soledad en diminutas porciones de muerte
es solamente un viejo oficio
pero poseer pájaros medio muertos por la lejanía
y hacerlos cantar en el cráneo,
ésa es una labor que sólo se encuentra
en las otras vertientes del cielo
donde los arbollones de la noche dejan escapar
todo el esplendoroso lujo de las estrellas nuevas
y el arancel para viajar
por el recuerdo de un sabor a metal acabado
es menos corrosivo, a pesar de los crueles manómetros
que miden el silencio de las palabras caídas en el aljibe
de los sueños…

Pero en la poesía de Juan Martínez hay mucho más, en términos de sensaciones e imágenes que nos conducen hacia estados mentales que, fehacientemente, exploran los ámbitos del espíritu; y esto sucede por la profunda convicción que Juan tiene del hecho poético, cuando por ejemplo declara:

Hay un germen generador en todo gran poema
que al ejercer contacto con el espíritu del hombre,
singulariza a través de una chispa transmisorauna potencia consubstancial; a partir de este momento
el que revive lo intuido por el poeta,clarifica y extiende el paisaje diseminado en las líneas
mas cada espectador adapta el reinoa la posibilidad de su genio.
El mío trasciende cada oracióna universos heterogéneos…
la exactitud del Verbo ilumina la poesía
como un milagro donde Dios
glorifica por el hombre su principio…

A principios de 1950 el joven Juan Martínez se trasladó de la ciudad de Guadalajara a la Ciudad de México, donde hizo amistad con otros jóvenes poetas inquietos como Sergio Mondragón y Homero Aridjis (ellos serían amigos de los poetas beats y de grupos de Nueva York que por ese tiempo vivían en México: Philip Lamantia, Margaret Randall, Allen Ginsberg, Jerome Rothenberg, Diane di Prima, Marge Piercy, Ray Bremser y otros). En aquel ambiente nació la revista que editaron Sergio Mondragón y Margaret Randall, El Corno Emplumado, en la que Juan publicó sus primeros poemas. Tiempo después, en 1959, aparecerían sus poemas en la plaquette titulada En las palabras del viento, en las ediciones Cuadernos del Unicornio que publicaba Juan José Arreola. Unos años más tarde Juan estaba en la ciudad de Tijuana, donde en mi adolescencia lo conocí como un yogui cabal, disciplinado, y descubrí su entrega mística antes de tener noticias de sus poemas.

Por 1996 Juan regresó a vivir en la Ciudad de México y tres años después volvió a Guadalajara, donde falleció el pasado 18 de enero de este año 2007, habiendo estado como interno en un hospital psiquiátrico, donde se intuye que recibió los tratamientos típicos de esas instituciones, como son las drogas inhibidoras del ánimo y los electrochoques, paralelismos de Juan con Antonin Artaud.

***

Mientras vivió, este poeta estaba y no estaba entre nosotros porque había decidido retirarse del mundo, a la manera (aunque también en versión muy propia) del Príncipe de los Poetas, el alemán Friedrich Hölderlin. Sobre todo, Juan Martínez se retiró de la farándula “cultural”, “intelectual” de la capital de México, de la que había sido constante crítico en una praxis festiva y directa al corazón (si es que lo tienen) de los literatos simuladores diestros en acaparar posiciones de poder. Y no fueron escasos los que, por la década de 1950, recibieron alguna frase sarcástica de Juan, que los puso a rabiar en su nadidad.La inclinación mística hinduísta de Juan lo hizo pensar que el samsara del relativo éxito literario en la capital del país era sólo ilusión. Y decidió vivir en retiro, una especie de autoexilio. Para su retiro no escogió ninguna ciudad acogedora, que hay muchas en nuestro país, ni ningún centro ceremonial y de poder místico, que también abundan en el México profundo (ése sería el caso de Yaxchilán, Huautla, Tónachic, Macuiltianguis o Basíware, por mencionar algunos).

Para su retiro y búsqueda espiritual Juan escogió la ciudad más antiespiritual, pragmática, materialista, utilitaria (sobre todo a principios de la década de 1960): Tijuana (la que hoy día con contradicciones está bendecida por el yin-yang). Habiéndose alejado de los círculos intelectuales de la Ciudad de México, tampoco le interesaron éstos ni los frecuentó en Tijuana, salvo tres o cuatro poetas con quienes cultivó la amistad (pero nunca hizo “corrillo literario”).

Cuando yo tenía entre 15 o 16 años era frecuente ver a Juan Martínez en el centro de la ciudad de Tijuana (sin saber nada de quién era él) cargando un balde con agua en mano, detergente y trapo en la otra mano, limpiando automóviles y esperando con humildad unas monedas que muchas veces no le daban. Era costumbre, como ahora, que ese trabajo de desocupados lo desempeñaran niños desarrapados, así es que Juan era un contraste en aquel escenario, y no fue poco el rechazo que recibió. “No limpie mi carro, váyase a trabajar en algo útil, está usted muy fuerte y anda bien vestido. ¿No le da vergüenza andar haciendo el trabajo de los chavalos?”

Frases que se alternaban con improperios. Juan no respondía, actuaba como si estuviera transparente ante los ojos de la altanería con que pretendían insultarlo. A sus espaldas algunos lo compadecían: “Pobre muchacho, no está en sus cabales”. Nadie atinaba a ubicarlo en lo que realmente era y hacía. Juan se retiraba unos pasos, ensimismado, casi siempre vistiendo su abrigo negro largo hasta debajo de la pantorrilla, botas, cabellera larga amarrada en cola de caballo (recordemos que por 1960 era inconcebible ver a un hombre con cabello largo). Yo lo veía como a un joven Werther o un Zaratustra perdido en el tiempo.Cuando yo estudiaba la preparatoria, por sugerencia de una compañera visitamos a Juan en su casa. Así empezó mi trato con él. Nuestras conversaciones eran sobre hinduísmo, tema en el que yo tenía algunas lecturas pero con sus acotaciones yo aprendí mucho. Lo dejé de frecuentar porque mediados de 1967 me trasladé a la Ciudad de México para estudiar en la UNAM. Nunca me dijo que él fuera poeta ni que le habían publicado en “importantes” revistas o en Cuadernos del Unicornio de la capital, pero sí pude apreciar los dibujos y pinturas que ejecutaba con trazos precisos e imaginativos. Fue en el DF y al paso del tiempo que leí la poesía dispersa de Juan Martínez. Años después, en uno de mis regresos a Tijuana, sin que yo se lo preguntara, Juan me dijo que se había dedicado a limpiar automóviles por un voto de humildad, sin esperar ninguna recompensa, y que para él había sido una prueba en el encuentro de la espiritualidad.


* Una versión anterior de este texto apareció en revista Memoranda , así como en el libro Poetas en la noche del mundo (UNAM, 1997) y actualizada en el diario Milenio, suplemento Laberinto, el 10 de febrero del 2007.

Juan Martínez, Juan Nadie, Juan Todos (Heriberto Yépez)


a José Vicente Anaya

vate y bato
en una cueva escarpada
en playas de Tijuana
bañándose a las cinco de la mañana
en la heladez apriorística del agua
el mar
una semilla desparramada
la amada parra y su semilla
vino que destruye la Ilusión
de la ciudad y el intelecto
la vida cotidiana
es un chicle muy mascado
comer una torta rancia
con la barba crecida hasta
la raíces de los árboles
escuchar a los dioses
mientras la caderona mesera
de la fonda chamagosa
sintoniza la radio averiada
decir una verdad directa
en la cara del que miente
eso es Juan Martínez
un poeta renombrado de acuerdo
al principio de anonimato
poeta de las calles y los escondites
de los decires y del toreo de los autos
una semilla
que desperdiga
el mundo de Arriba
el mundo de Abajo
una semilla
Juan Martínez
un nombre y apellido
tan comunes
como Juan Nadie
Juan Todos
podría llamarse Milarepa
Rumi o Lao Tse
escribir sin hacer leyenda en las
revistas
prefiere las almas
a las notas de pie de página
sabio que si explica qué es
la literatura mexicana
el Macrocosmos está Arriba
el Microcosmos está Abajo
nosotros estamos en el Centro
Juan Martínez
apelativo tan vulgar
que parecería el pseudónimo
de alguien que quiere escamotear
su identidad
llamarse
Juan como Todos
Martínez como el resto
algo así
como nada nada así nomás
Juan Martínez
pleonasmo
de la mismidad amable
Juan
es el Cosmos
lavando coches
en el centro de Tijuana
un lavacoches
que es uno de los diez mil poetas
que tiene el universo
en sus diez mil sucursales
adjuntas
lavando coches
como los niños callejeros
canillitas arruinados, chemos
recibiendo insultos y monedas
abyectas contra el parabrisas,
chicleros, limpiavidrios, adictos
Juan Martínez
me inclinaría a pensar
que no existe
y su historia
es un heterónimo
de quienes editaron
sus poemas
una talega de palabras
que revientan
en el viento retacado
de anuncios
quienes lo conocen
desperdigan sus anécdotas
iluminaciones súbitas
en las calles céntricas
colonias periféricas
de la ciudad de los parabrisas
que rechinan
en cuanto ven a un lavacoches
inician las redadas, abren
las esposas y la cárcel
limpian los vidrios de los carros
enfilados por el semáforo
limpiándolos con un trapo
un bote de agua
un cepillo de mango plástico
limpiando la mente
de la ciudad cuando se detiene
el poeta trepado
30 segundos para dejar impecable
el vidrio
30 segundos
lo que dura un poema
lo que dura en limpiar
Juan Martínez el parabrisas
la mente
el lenguaje
el vidrio límpido
lo que dura un milenio
sale sobrando
sólo 30 segundos
para limpiar el parabrisas
para decir
el Macrocosmos está Arriba
el Microcosmos está Abajo
Juan Martínez
en
el
Centro
de
Tijuana
lavando
autos.
* Aparecido en el libro Por una poética antes del paleolítico y después de la propaganda (Anortecer, 2000) y traducido al inglés en la antología de poesía mexicana Reversible Monuments. Contemporary Mexican Poetry, editada por Mónica de la Torre y Michael Wiegers (Canyon Press, 2002).

Muerte de Juan Martínez (Heriberto Yépez)

Una sobrina suya conoció en una fiesta a Octavio Paz. “¿Así que usted es sobrina del maestro?”, le comentó a la mujer. “Sí, José Luis es mi tío”, respondió ella. “No —recuerda que le aclaró Paz—. Me refiero a Juan”.

Hermano menor de José Luis Martínez, el destacado crítico mexicano, Juan Martínez es menos conocido, mucho menos. Para algunos, sin embargo, se le juzga uno de los poetas de culto en México. Juan Martínez nació en Tequila, 1933. Murió en enero de este 2007, viviendo en la casa de unos huicholes, en circunstancias que recuerdan en algo a las del Hölderlin final. No es que Juan Martínez haya sido abandonado —como se pregona—; es que él siempre eligió el retiro.

Paz, por cierto, como se sabe ya por sus epistolarios publicados, pensó incluirlo en Poesía en movimiento. No lo hizo finalmente, dícese, a falta de libro editado. Aunque era claro que su impar poesía mística es una de las cimas de nuestra literatura, como ya lo han afirmado J. V. Anaya, Luis Cortés Bargalló, Alberto Blanco o Sergio Mondragón.

Juan Martínez era un hombre con tantos demonios como ángeles. Para huir de fantasmas —incluido muy probablemente vivir bajo la sombra de su hermano mayor— se trasladó a Tijuana durante los años sesenta. Ahí voluntariamente, sin que la necesidad lo exigiese, sino por voto de humildad, se dedicó a limpiar automóviles en la vía pública. Inclusive a vivir en una cueva de playas de Tijuana. Desde entonces, se convirtió en un mito urbano. Cuando su nombre es pronunciado, aletean las lenguas y brotan todas las anécdotas.

Su poesía no es literaria. Es sabia y escasa. En algún momento prácticamente dejó de escribirla. Eso ocurrió después o durante los años ochenta. Su poesía se reúne En el valle sagrado (UAM, 1986), aunque, se dice, existen textos inéditos en manos de uno de sus sobrinos, que se dedicó (y todos lo agradecemos) a recoger su testimonio y obra última.

Su vida combina pasajes de luz y locura, de orientalismo y electroshocks. Desgraciadamente, Juan Martínez atravesó algún hospital psiquiátrico. Después de aquello, sólo unos cuántos siguieron su pista.

Los últimos años de su vida los pasó en Guadalajara, en un casa humilde, donde tenía un cuarto, dice otra sobrina, obscuro. Lo repito: Juan Martínez no fue víctima del mundo. Juan Martínez eligió introducirse a un viaje nocturno.

¿Le hará justicia la crítica? Lo dudo. La crítica poco entiende de mística.

Los que recibieron su enseñanza en las calles de Tijuana —lo saben ellos mejor que nadie— no pueden olvidarlo. Los que lo conocimos a través de ese joya-libro, aún no nos reponemos del asalto.

La duda es inadmisible. Juan Martínez es uno de los grandes.

“queda claro, en seguida
se desvanece la trama
interceptando el error,
y la nupcia se reanuda
entre el hombre y lo invisible”

Poesía críptica, alegoría del segundo parto, la aguja mágica baila en el aire, atraviesa en distintos puntos la tela angélica, hasta hacer posible que la luz vertical que se cuela por las fisuras ubique en el fondo del abismo un tigre hecho de destellos blancos.

Ahora, Juan, Juan Todos, Juan Nadie, sólo ahora, has vuelto al lenguaje.


* Aparecido en la columna semanal "Archivo Hache" en diario Milenio, suplemento Laberinto, Ciudad de México, 10 de febrero del 2007.

Friday, February 09, 2007

Falleció Juan Martínez, héroe de la contracultura (Alberto Blanco)

Usó material de desperdicio en todas sus creaciones
Arreola y Carrington avalaron su obra poética y pictórica

ALBERTO BLANCO ESPECIAL PARA LA JORNADA

El 18 de enero de 2007, Juan Martínez ­poeta, artista, ser humano excepcional­ dejó de existir. O tal vez sería mejor decir ­como creo que a él le habría gustado­ dejó de manifestarse en su forma humana en este planeta. Autor de una obra única, Martínez deja tras de sí una obra poética y gráfica de calidad extraordinaria, a la cual no se ha prestado la atención debida.

Estoy convencido de que, con el tiempo, su Angel de fuego ­por citar un ejemplo­ habrá de ser considerado una de las grandes obras de la poesía mexicana del siglo XX.

Tuve la suerte de conocer a Juan Martínez en las calles de Tijuana, a mediados de los años 70. Su fama subterránea, su verdadera leyenda contracultural ya habían generado en mí el deseo de encontrarme con él. Puedo afirmar sin dudar un momento que el encuentro no sólo no se quedó a la zaga de mis expectativas, sino que las superó con creces. La relación que comenzó entonces me llevó a vivir una serie de experiencias punto menos que increíbles a lo largo de las tres décadas que duró nuestra amistad.

Cuando lo conocí, Juan llevaba años viviendo en las calles de Tijuana. Se dice fácil. Para cualquiera que conozca Tijuana, esta sola aseveración debe generar escalofríos. Vivir en las calles de Tijuana sin manejar dinero, ¿cómo es posible? Juan se pasaba días recorriendo las calles, los talleres, las playas ­le fascinaba nadar interminables horas en las heladas aguas del Pacífico­ y las noches en los cafés que pespunteaban la avenida Revolución.

En uno de esos cafés, una noche memorable, nos dictó a un grupo de amigos su incomparable Angel de fuego. No sé cuánto tiempo lo había traído en su memoria, pero decidió esa noche compartirlo con nosotros. Al poco tiempo, a raíz de la finalización del ciclo de la revista El Zaguán, decidimos que publicaríamos Angel de fuego con el dinero que había quedado en caja y que no se utilizó para editar el número ocho.

Recopilación de la obra

Así lo hicimos, en un tiraje muy limitado de 500 ejemplares. Cada uno llevaba en el frontispicio una pequeña reproducción de una tabla pintada por Juan Martínez, que milagrosamente se había salvado de la destrucción que ­con inexplicable saña­ persiguió su trabajo toda su vida. Cuando no fue la incuria, el desconocimiento o el descuido de quienes le conocían y rodeaban ­incluidos sus benefectores­, fue él mismo quien lamentablemente se encargó de destruir parte de su obra.

Recuerdo una serie maravillosa de dibujos hechos en trozos de lija recogidos en los talleres mecánicos de Tijuana, donde Juan había hecho brotar con su arte único unos paisajes maravillosos, frotando la superficie de las lijas llenas de manchas sugerentes con guijarros recogidos en la playa. Una serie de verdaderas mezzotintas silvestres. Por desgracia, esa serie de lijas se perdió.

Lo mismo sucedió con una serie de "naves espaciales" que Juan construyó con papel de aluminio, estaño, envolturas de cigarros y chocolates que recogía de la calle, y que con gran fuerza consolidaba con sus manos hasta darles la forma justa. Todas se perdieron. Asimismo, ignoro qué es lo que habrá sido de aquella "rama dorada" que Juan construyó pacientemente, forrando con papel dorado hoja por hoja una enorme rama desgajada de un árbol cercano. Una obra digna de coronar cualquiera de las grandes bienales. Por desgracia, muchas obras de Juan volvieron ­por decirlo así­ al olvido del que fueron rescatadas. Y es que hay que subrayar que todo su trabajo gráfico, pictórico y visual fue hecho con puro material de desperdicio.

Mención aparte merecen sus extraordinarias "galaxias": una serie de trabajos de tinta hecho en servilletas de papel, donde logró conjurar, merced a interminables horas de trabajo en los cafés, verdaderas visiones cosmológicas cifradas en un material tan perecedero. Por fortuna logramos rescatar muchas de esas piezas. Unas cuantas pudieron ser valoradas por los lectores de la revista Memoranda, que hace años editaba el poeta Sergio Mondragón en el ISSSTE, en un número especial dedicado a Juan, en el que colaboramos muchos amigos.

No era la primera vez que Mondragón dedicaba espacio al trabajo de Juan Martínez. Ni era Sergio Mondragón el primero en darse cuenta de la altura de ese trabajo. El primero en publicar un cuadernillo con sus poemas fue, nada más ni nada menos, que Juan José Arreola, y probablemente la primera artista de renombre en reconocer su trabajo visual fue Leonora Carrington.

Indiferencia criminal

En la década de los 70 las páginas de El Corno Emplumado dieron cabida a los poemas de Juan que, tal y como sucedió siempre, pasaron criminalmente inadvertidos. Lo mismo pasó con Angel de fuego, y años más tarde con la reunión de toda su poesía ­al menos toda la poesía conocida hasta entonces­, que bajo el título de En el valle sagrado publicó la UAM en los años 80.

El mismo grupo de amigos ­que incluía a Sergio Mondragón, Luis Cortés Bargalló, Alfonso René Gutiérrez, Víctor Soto, Tomás Calvillo, Eugenio Metaca y Javier Sicilia, entre otros­ nos dimos a la tarea de rastrear los poemas publicados y escritos por Juan para verlos reunidos en un solo volumen.

El libro, excepcional en la calidad de sus visiones, pasó ­habrá que decirlo­ una vez más rodeado del más absoluto silencio. Sin embargo, creo que el silencio que rodeó a Juan Martínez y a su magnífica obra en toda su vida no lo acompañará eternamente. Tarde o temprano nuevas y más sensibles generaciones se darán cuenta de la magnitud de la obra de un artista total, que forjó al margen de la vida pública y las instituciones culturales una leyenda singular en el México contemporáneo. Larga vida al incomparable Angel de fuego.

* Aparecido en diario La Jornada, el 20 de Enero del 2007.

Nota bibliográfica sobre Juan Martínez

En la década de los cincuenta, Juan Martínez (Tequila, Jal., 1933-Guadalajara, Jal., 18 de enero 2007) publicó poemas en el suplemento de Novedades, "México en la Cultura", así como en el suplemento de Excelsior, "Diorama de la Cultura". En los sesenta, lo hizo en El corno emplumado, revista dirigida por Sergio Mondragón y Margartet Randall. En los ochenta, la revista Hojas, de la Universidad Autónoma de Baja California, dirigida entonces por Alfonso René Gutiérrez, con la colaboración de su fundador, Víctor Soto Ferrel, editó poemas y dibujos de Juan Martínez. En los noventa, Luis Cortés Bargalló incluyó poemas de Juan Martínez en la antología Piedra de serpiente, literatura de Baja California (Conaculta, 1993); en 1997, la revista Memoranda, dirigida por Sergio Mondragón, dedicó un número a la obra literaria y pictórica de Juan Martínez en el que se reprodujeron dibujos, una serie de retratos —de los poquísimos que existen— hechos por el fotógrafo Walter Reuter, ensayos sobre su poesía y trabajo visual, así como una serie de poemas, inéditos hasta entonces, que el poeta realizó como paráfrasis y comentario al libro Tras el rayo, de Alberto Blanco. A principios del siglo XXI, la revista Alforja, dirigida por José Vicente Anaya y José Ángel Leyva, ha publicado poemas suyos en varias ocasiones.

En 1959 apareció su primer libro, En las palabras del viento, publicado en Los Cuadernos del Unicornio, editorial dirigida por Juan José Arreola en la ciudad de México, con textos dedicados a Alí Chumacero y a José Luis Martínez. En la ciudad de Tijuana (donde radicó alrededor de veinte años), mientras dedicaba gran parte de su tiempo a la pintura, Juan Martínez conservó en su memoria —por más de quince años— los cerca de 500 versos de largo aliento que componían Ángel de fuego, cuyo original se había extraviado en una editorial de la ciudad de México (con una ilustración de Leonora Carrington que le serviría de portada). A mediados de los setenta, el poeta dictó el poema a una amiga suya que se encargó de pasarlo a máquina. La transcripción presentaba muchos problemas ortográficos, de puntuación y en el corte de los versos, sin embargo, en parte con la ayuda del autor, pudo establecerse un original casi íntegro para realizar una edición en las páginas de la revista El zaguán. Como la revista había llegado a su término, algunos de sus editores, Alberto Blanco, Pablo Arrangoiz, Tomás Calvillo, Luis Cortés Bargalló, Alfonso René Gutiérrez y Víctor Soto Ferrel tomaron la iniciativa de publicar la obra con el apoyo de la imprenta familiar de Manuel Ulacia. Ángel de fuego apareció así en 1978, bajo el pie de imprenta de Editorial El albatros, la editorial que fundara a fines de los sesenta el propio Juan Martínez en Tijuana y cuya única obra publicada fue la traducción que Octavio G. Barreda hiciera del Anabasis de Saint-John Perse. La edición de Ángel de fuego incluía una pequeña lámina en color que reproduce un óleo de gran formato realizado por Juan Martínez en los sesenta y que fue posible rescatar gracias a una fotografía conservada por Alfonso René Gutiérrez.

Juan Martínez regresa a la ciudad de México hacia mediados de los ochenta. Sus amigos allí le propusieron la publicación de un libro que reuniera su obra poética. Gracias a la buena disposición que mostraron Javier Sicilia y Christopher Domínguez, editores de la UAM, así como del entonces director del departamento editorial de esa institución, Evodio Escalante, se publicó en 1986, En el valle sagrado. Los poemas fueron reunidos por Alberto Blanco, Tomás Calvillo, Luis Cortés Bargalló y Sergio Mondragón, con el apoyo de Alfonso René Gutiérrez, Víctor Soto Ferrel y Manuel Calvillo quienes localizaron y aportaron materiales inéditos. En el valle sagrado se integró con textos aparecidos en publicaciones periódicas, como las ya mencionadas, los libros publicados, originales provenientes del archivo de El corno emplumado y manuscritos integrados a dibujos o al calce de ellos. La estructura del libro fue propuesta por los compiladores con la aprobación del autor quien dispuso la última sección del libro que, conforme a sus indicaciones, dio título a la obra.

Juan Martínez preparó una gran cantidad de carpetas con series completas de dibujos (muchas de ellas ilocalizables) que, según su autor, tienen el arreglo de "libros". Éstas han permanecido inéditas hasta la fecha.


* Versión anterior aparecida en revista Memoranda, núm. 47, ,Ciudad de México, marzo-abril de 1997 y versión actualizada en diario El Mexicano. suplemento Identidad, Tijuana, 4 de Febrero del 2007.

Los ritos luminosos de Juan Martínez (Luis Cortés Bargallo)



cierto que no tiene la sencillez de Basho
mas recordad: en ese corazón
el Universo resuelve sus problemas

Sergio Mondragón


Aunque toda obra, al crecer, al desarrollarse, recorre determinadas vertientes identificables y externas, ésta, cuando es auténtica, contiene desde un principio su simiente visible y original. De hecho, un verdadero poeta no escribe otra cosa que sus poemas futuros, siempre sus poemas futuros. Un tipo de poemas que está fuera del catálogo de una tradición y que, en su individualidad, no es sino la expresión decantada del ejercicio constante de la libertad y la voluntad creativas; un tipo de poemas cuyo lector viene del futuro. En su poema "Carta 2", así lo expresa Juan Martínez:

Hay un germen generador en todo gran poema
que al ejercer contacto con el espíritu del hombre
singulariza a través de una chispa transmisora
una potencia consubstancial; a partir de este momento
el que revive lo intuido por el poeta,
clarifica y extiende el paisaje diseminado en líneas,
mas cada espectador adapta el reino
a la posibilidad de su genio.

No obstante, es posible ver que la obra poética de Juan Martínez ha pasado a gran velocidad y, sobre todo, sin demora alguna por los puntos más luminosos de la tradición poética del siglo XX: Huidobro, Pound, Neruda, Eliot, Claudel, Gorostiza, Perse y, particularmente, el William Blake que leyeron, cantaron y revitalizaron Ginsberg, Kerouac y Snyder. En su obra está, al mismo tiempo, el gusto por cierto arcaísmo y elegancia en la expresión derivados de las traducciones de los clásicos y aun de los textos sagrados. Con frecuencia nos encontramos citas intercaladas –como si surgieran de la memoria de la especie poética–, provenientes de Eliot o Shakespeare y aun de Joyce, tal y como éstos hacían con sus autores afines o pertinentes a un texto. Pero esto no deja de ser un simple comentario aplicable a una buena cantidad de nuestros poetas contemporáneos. Este mínimo recuento, no es lo que la crítica pondera –sin llegar a acuerdos sustanciales– como un muestrario de "influencias"; me refiero, pues, tan sólo a los contextos de una tradición ineludible, la de los lenguajes artísticos, la de sus paralelismos en hallazgos, tiempo y propósitos.

Para la obra de Juan Martínez resulta más significativa la percepción aguda de sus formas exuberantes y complejas, producto sensible del intenso fuego de la experiencia interior, de un mundo que, en transfiguración constante, les da sustento. Para que este mundo se torne material, inteligible, el poeta no ha escatimado recursos: paradojas en torno al silencio, a la soledad; adjetivación detonante; neologismos; onomatopeyas; analogías sorprendentes, mapas espirituales y simbolismos. Una especie de misticismo existencial, legitimado por la experiencia directa; a medio camino entre lo social y lo individual, entre la revelación y el arte y, de alguna forma, el puente. Podría decirse, su mundo es otro, pero también éste: acrecentado, hipersensible, desnudado –como él mismo dice en un poema– de "sus lacerados atavíos".

Inicié esta nota hablando de los poemas futuros, éstos son la luz de los poemas pasados, son su línea de continuidad, el "hilo de oro"; fuera del tiempo, su nítida radiografía. El final del libro En el valle sagrado, los poemas reunidos de Juan Martínez (UAM, Colección Molinos de Viento, México, 1986), tiene dos secciones: "De los Ritos Luminosos" y "En el Valle Sagrado"; los poemas que las integran marcan un cambio formal respecto a la obra anterior. Median quizá muchos años en los que el artista, sin cambiar de dirección, ha trabajado intensa, devotamente en la pintura y el dibujo. Mientras que la poesía precedente ha desarrollado un complejo tapiz en el que se anuda la paradoja de la profusión y el silencio, así como la intensidad plástica y espiritual de una realidad visionaria, los poemas de este corpus se han concentrado con el manejo de una expresión más sencilla y, hasta cierto punto, inmaterial. Estos poemas, sin embargo, no son lo que en el contexto del análisis literario podríamos llamar un rompimiento, estos poemas son el ideograma de su poesía anterior, o por lo menos, permiten fluidamente esta lectura. Transcribo en seguida el texto completo del poema "De los Ritos Luminosos":

Para ubicar un punto de partida cósmico
es absolutamente necesario
preparar una base.

Sin ella se precipitará a la gravedad,
la inducción de sensibilidad
queda obstruida, el avance es negativo;

con admirable base
la preparación puede ubicarse
circularmente, o en su efecto líneas,
la comunicación
a los puntos fijados
descorre el velo metafísico
de la naturaleza el planteamiento orgánico
queda claro, en seguida
se desvanece la trama
interceptando el error,
y la nupcia se reanuda
entre el hombre y lo invisible.

Además de un poema, "De los Ritos Luminosos" es un mapa en el que su cartógrafo ha sustituido las imágenes literarias –tan abundantes y complejas en su obra anterior– por un código intrínseco, todo ello con el objeto de ser más preciso, "más práctico", diría su autor en tantas ocasiones propicias; en efecto, un rito es un evento, una "práctica". La versión original de este poema está inscripta en un dibujo que muestra la expansión y desarrollo de un círculo; sus expresiones abstractas, coronadas por varios corredores de cúpulas, ondas tangenciales y firmes coordenadas rectilíneas como rayos de sol.

De acuerdo a Mircea Eliade, en su esencia, todo rito simboliza y reproduce la creación; por otra parte, todo rito es una cita, es decir, una confluencia de fuerzas y de ordenamientos; su sentido surge de la acumulación y de la combinación de esos poderes concertados. Tomemos también un par de acepciones convencionalmente aceptadas en torno al simbolismo de la luz: la más general, aquella que la identifica con el espíritu; otra más concreta apuntada por René Guénon: "una partícula humana indestructible, simbolizada por un hueso durísimo, al que parte del alma se mantiene unida desde la muerte hasta la resurrección". Si agregáramos la idea de que la luz es también el sitio de "una aparición", desde la cifra literal del título del poema tendríamos todo lo necesario para recorrerlo.

Un modelo mítico estructura el poema impecablemente, el "monomito" joyceano que Joseph Campbell —en su The Hero with a Thousand Faces— define como el viaje del héroe: separación, iniciación y retorno. Separación: punto de partida, proceso de individuación extrema; iniciación: descubrimiento gradual y riguroso de otra realidad; retorno: reestablecimiento de los vínculos con la sociedad y el lenguaje, mediante la aportación de un mensaje inteligible, unificador y liberador.

* * *

Quisiera intentar aquí un breve análisis del poema transcrito que permitiera, por una parte, funcionalizar la idea de que estos "ritos luminosos" alumbran y hacen germinar, en sus diversos rumbos, los poemas anteriores de Juan Martínez. Pero, por otra, subrayar la presencia de sus contenidos específicos y autónomos.

Para ubicar un punto de partida cósmico
es absolutamente necesario
preparar una base.

La ubicación de este "punto de partida cósmico" no es una idea abstracta y mucho menos vacía de sentido; tradicionalmente, consiste en un sacrificio del que se deriva la creación de formas y materia, a través de una modificación sustancial de la energía primordial. La ubicación de este punto es precisamente el despertar de una conciencia, estado luminoso que coincide, como un símil arquetípico, con el nacimiento de la creación artística. En uno de sus primeros poemas, "En las palabras del viento" –clara referencia a un verso de T.S. Eliot–, Juan Martínez escribe:

...encontré la sangre esparcida del alma de los pobres y de los inocentes,
y no la hallé precisamente en excavaciones,
sino en todas estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada,
mis entrañas encendidas clamaron y guardé su enojo para siempre,
la amargura de mi corazón penetró hasta mis tuétanos,
las aguas en lo alto detuvieron su paso y la lluvia faltó,
miré la tierra y he aquí que estaba asolada y vacía...

y en otro poema, "Los neumatismos":

...ya es bastante con esto
ya es bastante,
a lo lejos se escucha el ulular
del viento que hace cimbrar los dientes.

Es entonces en este "punto de partida cósmico" en el que un momento de revelación conforma una "base"; no se trata del regocijo o el dolor ante "estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada", sino de una fuerza transfiguradora que emerge de un estado de sensibilidad extrema.

Sin ella se precipitará a la gravedad,
la inducción de sensibilidad
queda obstruida, el avance es negativo;

Reitera aquí el poeta la imposibilidad de avanzar si el punto de partida no está fundamentado en una primera revelación que conmueve el edificio de las convenciones y las apariencias. "Sin la Condición poética o profética, lo filosófico y lo experimental anidarían pronto en el principio y razón de todas las cosas [la gravedad], y se mantendrían inmóviles, incapaces de hacer nada fuera de la repetición indefinida de la misma cantilena estúpida", escribe William Blake.

con admirable base
la preparación puede ubicarse
circularmente, o en su efecto líneas,

"Admirable" no es aquí, como podría sugerir su etimología, un simple adjetivo que se refiere exclusivamente al efecto que algo produce sobre un receptor, es también una cualidad intrínseca del emisor o causa; primero deberá ser "algo digno de verse", algo que está a la vista. ¿Es esto una aseveración ética o estética?, o, como afirma el poeta en "Con el misterio a cuestas": "el íntimo justo acorde que restañe/ esa duda relativa de la razón abierta".

En el segundo verso la palabra "preparación" tiene un peso específico. Significa: si la base es buena, puedo esperar, como hace precisamente el que se entrega a la meditación. Son muchos los poemas de Juan Martínez que hablan de esta espera y de sus frutos (Ángel de fuego):

Después la espera en la historia de los espacios siderales
ataviado el espíritu con los rigores numismáticos
bajo creciente silenciosa y sagrada en la individualidad del espíritu
girando en armonía la vida viajaba en campos solares
amplios corredores reverdecían aromatizando el pensamiento
estímulos en el reverbero de alta consideración amorosa,
conciencia increada cabalgando alas de ángel
belleza bestial que el alma llama Realidad,
mansión de delicias filtrándose en el bosquejo de su prosperidad
donde andróginas, mudas piedras mágicas
refulgen en el espejo del espíritu, azul de ondas salinas su inocencia.

o en "Rosa de la circuncisión":

después que caiga el polvo por el desván del sueño,
no me preguntéis nada,
simplemente escuchad este dolor con huecos de granada
por el viento sin pájaros
y esperad que la rosa de la circuncisión
florezca nuevamente en tiempo y realidades.

En el tercer verso de la estrofa que revisábamos –"circularmente, o en su efecto líneas"–, el poeta hace su primer trazo y éste contiene un profundo simbolismo vinculado a la naturaleza de la luz. El calor, representado por la curva, "en su efecto" (y aquí podemos ver que no se trata de una errata) produce luz, representada por las líneas. Guénon añade al explicar estas figuras: "la doble radiación que consideramos es por cierto luz y calor en cierto aspecto; pero a la vez, en otro respecto, es también luz y lluvia, por las cuales el sol ejerce su acción vivificante sobre todas las cosas". Con este instrumento, doble y uno, como un arco, no hay punto inalcanzable; el simple tacto de lo intangible, lo hace tangible, lo "germina"; este instrumento es también el lenguaje que, en su dimensión ritual, dice Juan Martínez, "penetra lo impenetrable/ expresando en palabras el silencio":

la comunicación
a los puntos fijados
descorre el velo metafísico
de la naturaleza el planteamiento orgánico
queda claro, en seguida
se desvanece la trama
interceptando el error,

Walter Benjamin, en su Angelus novus, escribe: "La lengua de un ser es el medio en el cual se comunica su ser espiritual. El río ininterrumpido de esta comunicación atraviesa toda la naturaleza desde el ínfimo existente hasta el hombre y desde el hombre hasta Dios... la entera naturaleza se haya atravesada por una lengua muda y sin nombre, residuo del verbo creador de Dios, que se ha conservado en el hombre como nombre conocedor y –sobre el hombre– como sentencia juzgadora... Toda lengua superior es traducción de la inferior, hasta que se despliega, en la última claridad, la palabra de Dios que es la unidad de este movimiento lingüístico."

El autor de "Bodas del cielo y el infierno" escribió: "Lo que está Encima está Dentro, pues toda cosa en la Eternidad es Traslúcida". Al eliminarse lo que los budistas llaman "impurezas de la percepción", interceptado el "error", todo en realidad se vuelve visible, tanto para los sentidos como para la inteligencia. Y esa es precisamente la finalidad de un "rito luminoso":

y la nupcia se reanuda
entre el hombre y lo invisible.

* * *

Este mapa, este poema, no es una fórmula esotérica; lo he usado como Piedra Roseta precisamente por sus cualidades artísticas; se trata de una construcción expuesta directamente a los sentidos, a la inteligencia y a la intuición. Para quien lo lee aisladamente y al margen de la obra de Juan Martínez, también tiene un profundo sentido, sigue siendo un rito luminoso, desapegado por completo de las convenciones artísticas que muchas veces nos resultan más atractivas que sus propios contenidos.

La obra de Juan Martínez merece nuestra más sutil atención. ¿Tendría alguna importancia revisarla a la luz de un riguroso mecanismo formal cuando ella misma lo ha superado? Cuando este poema es sobre todo un evento, un diamante formado bajo la presión de miles y miles de pesadas, densas experiencias formales.

Si hemos prestado atención a tanta, excelente literatura, que nos estremece por la tensión que logra entre las dimensiones individual e histórica; si por otro lado, nos hemos conmovido con el abismo y la paradoja de nuestras vidas y nuestros cuerpos cuando estos aparecen en el espejo transfigurado del arte. Porqué no habríamos de intentar siquiera un acercamiento adecuado a una obra que, en sus propios términos, busca borrar las fronteras de la contradicción y la dualidad.

Es cierto que, como dice el poema de Sergio Mondragón, la obra de Juan Martínez "no tiene la sencillez de Basho", y su belleza puede, incluso, ser terrible; sin embargo, tanto para comprender una y otra se requiere de la actitud, la condición correcta: escuchar la lluvia, empaparse en ella.


* Publicado en revista Memoranda, núm. 47, ,Ciudad de México, marzo-abril de 1997 y en diario El Mexicano, suplemento Identidad, Tijuana, 4 de Febrero del 2007.

Sunday, February 04, 2007

Angel de Fuego. Mínima evocación (Alfonso René Gutiérrez)

El pasado jueves 26 de septiembre apareció Angel de Fuego, de Ediciones El Albatros, deslumbrante poema de Juan Martínez. Artista también del color, del dibujo y el volumen escultórico, Juan Martínez se inició literariamente a fines de los cincuenta en los Cuadernos del Unicornio, la colección dirigida por Juan José Arreola, y desde hace unos diez años vive en Tijuana, donde escribió este magnífico poema.

Buscaba yo el material de la antología poética que hice para la editorial Ibo-Cali, Siete poetas jóvenes de Tijuana (Tijuana, 1974), cuando tuve mi primer encuentro con Juan Martínez. Una noche cálida de mayo, a la salida del homenaje que le tributó la Orquesta Israelita de San Diego al maestro Carlos Cabezud, en el Jai Alai, una amiga que me había invitado al acto me señaló a alguien que avanzaba entre la gente, a quien se refirió como a Juanito, diciéndome que era poeta, a lo que respondí sugiriendo el abordaje. Después de un café frente al Parque Teniente Guerrero, donde intuí del talante olímpico de quien portaba regiamente una camisa de leopardo, éste nos invitó a conocer sus poemas. Vivía por la Calle Quinta, en la parte trasera de una casa que tenía a la entrada una enorme jacaranda en flor, ya casi llegando al cerro. A la luz de la luna, algo como un ara se distinguía en la penumbra del cuarto a que llegamos, con extraños objetos, entre los que había esculturas en papel de aluminio, convertidas en ascuas por el reflejo lunar; eran “naves siderales”, como las llamaba él, suerte de navíos con remate de exquisitas cabezas fabulosas, de palomas, serpientes, águilas o carneros, peces del aire altísimo o instantáneos pájaros en la noche. En las paredes había cuadros de insólita belleza, dibujos de asombrosa delicadeza, de visionaria y majestuosa ingravidez. Al acercarme pude leer bajo el cristal, en letras diminutas: JUAN MARTINEZ. TIJUANA 1969. Era, pues, el nombre completo de Juanito. Nos mostró su edición, presentada como el no. 1 de la colección El Albatros (impreso el 7 de marzo de 1969, se lee en el colofón, “en la Litografía Continental, Ave. Negrete no. 142, Tijuana, B. C.”), del Anabasis, de Saint-John Perse, en la traducción de Octavio G. Barreda. El ave que ilustra esta plaquette es dibujo suyo, y él mismo había iluminado el propio albatros, posteriormente, en cada uno de los ejemplares. Dijo entonces varios poemas suyos de memoria, y entre fogonazos de fósforo -así como había iluminado los dibujos- leyó el Canto del Anabasis y fragmentos del Angel de fuego. En estas palabras sentí la misma energía trasparente que me haría percibir su presencia, por así decirlo, como dentro de un círculo, siempre encarnando un presente perfecto, de gozoso desapego (en su compañía había de tener la experiencia decisiva de mi vida, vivencia que como es natural, lo dotó de un ascendiente místico ante mis ojos, en el puro sentido de misterio que encierra esta palabra).

A varias personas propuse en ese entonces la publicación de Angel de Fuego, al margen de la proyectada antología, pero sin resultados. El poema estuvo a punto de aparecer recientemente en el que hubiera sido el no. 8 de El Zaguán, número que no llegó a salir, mas hoy se publica con dinero de esa revista y otras ayudas.

* Aparecido originalmente en El Mexicano, suplemento Identidad, Tijuana, 5 de noviembre de 1978.